Viaje a la intimidad de la gran familia de San Antonio
Los detalles de la sesión fotográfica privada que efectuó la franquicia tras ganar el título; Manu no dio certezas sobre su participación en el Mundial: “No es una decisión fácil de tomar”.
Lucen preciosas. Tienen un brillo que encandila. Enamoran. Es imposible quitarles la vista de encima. Tienen curvas armoniosas. No dicen nada, pero no hace falta. Tienen una belleza que corta el aliento. Generan deseo, pero llegar a ellas no es sencillo. No cualquiera puede besarlas, no todos pueden asumir semejante empresa. Y presumen de su condición de inalcanzables. Aman la pasta de campeón. Y quienes las tienen saben cómo conquistarlas, ellas se rinden a sus pies y se dejan tocar, abrazar.
Aunque ellos también se pierden cuando las miran, se advierte en sus ojos, dejan volar su imaginación y aman tenerlas ahí, junto a ellos. Son cinco joyas preciosas. Y allí apoyadas, en unas gradas negras especialmente diseñadas para la ocasión, se ven más bonitas. Los flashes no dejan de dispararles, la cámara las ama y cuando están de la mano de Duncan,Ginóbili, Parker, Popovich y Leonard, las cinco se sienten a gusto. Porque ellos tienen la fórmula para hacerse con ellas, y San Antonio Spurs se lo agradece. “One picture more and is over”, se escucha que los fotógrafos de la franquicia y de la NBA les piden a los campeones en la sesión privada que realizó ayer el equipo texano.
Corren por ahí Nicola y Dante, tira en un aro el hijo de Leandro, uno de los hermanos de Manu; mira Raquel, la mamá de la súper estrella, y Luca, el más pequeño de la dinastía Ginóbili, descansa en su cochecito. Papá Yuyo, el abuelo de Luca, observa todo desde unos de los bancos que están a un costado de la cancha del Spurs Training Facilities. Popovich se pasea con bermudas beige y una remera blanca. Belinelli se acerca a una computadora que procesa las imágenes que les acaban de tomar al equipo dejó una profunda marca en este 2014 al vencer al poderoso Miami Heat. Tiago Splitter, con una sonrisa interminable, se abraza con Danny Green. Cuando cualquier persona, jugador o familiar toca la copa Larry O’Brien, aparecen enseguida asistentes de la franquicia para lustrarlas.
“¿Qué pasa nono?”, le pregunta Ginóbili a su papá, que está sentado en uno de los bancos de suplentes de la cancha de prácticas. Yuyo contesta rápido: “Todo en orden nene. Decile a Pop que estoy listo para saltar a la cancha”. Entre risas, Manu completa: “No creo que haya problema, no estás lejos de la edad que tenemos con Tim [Duncan]”. Y Yuyo lo acompaña con un cómplice movimiento de cabeza.
Manu, con un look diferente, con el pelo cortado a ras, algo que sucedió inmediatamente después de la celebración, en la madrugada en su casa, sigue charlando y riéndose con todos en el gimnasio. Pura alegría. La familia Ginóbili disfruta a pleno y él, el protagonista de conquistar cuatro de las cinco bellezas que se pavonean en el centro del lugar, emite rayos de energía positiva. “Estoy por cumplir 37 años, yo no sé si voy a poder volver a tener otra chance de vivir todo esto. Estar acá con mis hijos. Esto hace que el disfrute sea diferente. Uno mira esas cinco copas que están ahí y piensa que fue parte en la conquista de cuatro de ellas. Es realmente increíble. Y después cuando empiezan a decirte las estadísticas de los logros, es realmente todo espectacular”.
Imposible no preguntarle por su decisión respecto del Mundial que se viene para la selección. No dio certezas: “Quiero darle una respuesta a Julio [Lamas] lo antes posible, el ideal sería el fin de semana. No garantizo que lo pueda hacer, porque no es una determinación tan fácil como parece, eso de jugar o no. El cuerpo pide descanso y la cabeza también. Van tres años seguidos de 100 partidos de temporada, en 2012 no descansé tampoco. Así que el fin de semana voy a tratar de darle una definición, sentarme con mi mujer y definirlo”.
Mientras, a Nicola se le escapa una pelota y Sebastián, su tío, corre para evitar que el pelotazo llegue a una de las copas. Todos se ríen, los hermanos Ginóbili se toman su foto con los trofeos. En el lugar se respira aire fresco. Y Manu está como en su casa, porque desde hace 11 años que San Antonio lo tiene como uno de sus hijos y él se siente un privilegiado por eso: “Si iba a Sacramento, Milwaukee o Atlanta, no hubiese pasado esto. Me eligió un equipo en el Draft que ya era campeón, que tenía a Tim Duncan en el equipo y que tenía a Popovich, todo eso sin duda que favoreció las cosas. Entonces, es como que caí en el lugar indicado, donde el culto a la familia y el ambiente es muy especial. Y caí también en un lugar en donde respetan mucho al extranjero, hay equipos en los que todavía no se adaptan a eso. Tuve una suerte enorme de haber sido elegido por este equipo”.
Se relaja Manu, se abraza con Tom James, el jefe de prensa de los Spurs, y se quedan un rato hablándose al oído. Marianela, su esposa, se acerca y lo atrapa a Manu, al que le brilla la cara. “Me preguntan por mi vigencia, pero no tengo pócimas mágicas, quizá Tim [Duncan] las tenga. Trato de cuidarme cada segundo, la alimentación a esta altura es tan importante como la práctica o el partido mismo. La elongación o la siesta antes de un partido son detalles fundamentales. Hace unos años quizá terminaba un partido y me tomaba una gaseosa o me comía un helado, ahora ya no. No está dentro de las posibilidades, sé que un gramo de azúcar más me puede perjudicar. A esta edad uno tiene que ser más específico.”
Se van terminando las fotos, pero hoy tendrán el paseo por el River Walk, una fiesta que los Ginóbili disfrutarán todos juntos. Manu se acerca a Dante, se pone en cuclillas y abraza a su hijo. Por detrás aparece Nicola y empuja a su papá, los tres se van a piso y el parquet del gimnasio se inunda de ternura.