viernes, noviembre 22, 2024
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Útiles escolares que desaparecieron o quedaron en desuso

Algunos de estos útiles escolares “retro” se siguen utilizando, pero cambiaron su formato (siempre en beneficio del estudiante, claro). Las fibras, por ejemplo, son de uso cotidiano, pero no tienen nada que ver con las que se usaban hace 30 años. Lo entenderá el que tuvo en su mano una caja plástica de Sylvapen. Venían con seis o doce colores. Blanca o negra por abajo y de tapa transparente. Con una bisagra que se quebraba fácilmente.

Aunque en la mayoría de las escuelas hoy se utilizan pizarras y fibrones, todavía muchas siguen con la tiza. Y en el otro extremo, algunos establecimientos ya comenzaron a trabajar con pizarrones electrónicos.

Pero, más allá de los contrastes inevitables y los beneficios de la tecnología, la evolución va dejando en el camino herramientas escolares que quedaron en el olvido. Aquí, el detalle con ocho ejemplos de útiles que cayeron en desuso.

Lapiceras y cartuchos

Las lapiceras de tinta más comunes en los 80 eran las 303. Un poco más costosas eran las Scheaffer y las más caras las Parker. Aunque los bolígrafos y biromes también existían, los padres y los maestros insistían en la importancia de la utilización de la pluma para no “desvirtuar” el trazo. En muchos casos, los docentes prohibían el uso de biromes.

 

 

Eran útiles que necesitaban mantenimiento. Cada tanto había que cambiar la pluma y los cartuchos. Su utilidad no se extinguió, por supuesto. Ciertos trabajos de precisión requieren de plumas y tinta. Pero ya no son de utilización masiva en las escuelas.

La tinta, los plumines, elementos más viejos aún, también dejan el recuerdo de que los pupitres más antiguos tenían un agujero (mayormente en el margen derecho), donde se alojaba el tintero.

El simulcop

Sólo lo recordarán los más grandes. El término que mejor lo define para explicárselo a las nuevas generaciones es “plantilla de dibujo”. Se trataba de un cuaderno inventado a fines de los 50, con una serie de mapas, ilustraciones y dibujos en papel manteca. Los mismos se apoyaban sobre las hojas de los cuadernos y con una simple fricción, ese dibujo se reproducía de manera instantánea. Luego se lo podía colorear.

 

 

El método evitaba calcar, pero era algo costoso, por lo que no estaba al alcance de cualquiera y en la mayoría de las familias, después del primer uso, lo heredaban los hermanos más chicos. Poco a poco, se iba perdiendo calidad en el copiado de la imagen.

Portafolios

La comodidad de la mochila los hizo desaparecer de las escuelas. Los portafolios de cuero, tenían varios compartimientos y estuches frontales, con hebillas.

 

 

Aunque parezca un cambio menor, además de ser más pesado, llevar los útiles allí, obligaba a tener una mano ocupada. Sin correa para cargar de los hombros, había que llevarlo desde la manija. El beneficio es enorme, incluso aunque se piense que esa mano libre sostiene ahora otra herramienta de la que se hace un enorme uso y abuso: el teléfono celular.

Papel secante

“¿Qué es eso?”, contestarán la mayoría de los adolescentes a los que se los consulte. Otro elemento que desapareció de las escuelas como consecuencia de la popularidad de las biromes. No se sorprenda si tiene que explicárselo a sus hijos, por más elemental que parezca. La tinta fresca de las lapiceras manchaba. Si uno daba vuelta la hoja, corría el riesgo de que el líquido sin secarse se reprodujera como en un espejo en el dorso. Eso sin contar las manchas en las manos y en los puños de los guardapolvos. Y la consiguiente mancha en la hoja tras el descuido, por supuesto.

Muchos ataban el papel con una cinta en el lomo del cuaderno, para que estuviera siempre a mano.

Un mito que puede resultar insólito -y que la ciencia deberá resolver alguna vez- es el que sostenía que, si uno mojaba el papel secante y se lo ponía en los pies, la maniobra hacía que en poco tiempo le subiera la fiebre, motivo suficiente para quedarse en casa y faltar a la escuela.

Reloj calculadora

 

 

Tampoco era fácil de acceder a ese particular reloj pulsera. No muchos podían comprarlo. El Casio fue el primero que se vendió, especialmente en los 80. Lógicamente no era material exigido. Es más, era casi un lujo en los comienzos. Ya por entonces empezaban a comercializarse las calculadoras (primero con pilas, luego solares), más baratas y más efectivas para la tarea. Es más, el reloj calculadora (que se conoció en simultáneo con aquellos que tenían juegos electrónicos), era casi un elemento para presumir y con una utilidad bastante limitada. En cualquiera de los casos, la tecnología se encargó de simplificar todo -otra vez- con el celular.

Ojalillos

En camino de desaparecer definitivamente. Las modernas hojas vienen con un refuerzo plastificado que impide cualquier accidente.
Cartuchera con combinación numérica.

 

 

Cajas de madera con una tapa que se deslizaba por una ranura, sobres con un cierre, canoplas con una traba o con un imán. En el rubro cartucheras, más que avances parece haber modas.

El costo de los útiles siempre fue una preocupación para las familias. Y seguramente más de uno habrá sufrido pérdidas o robos de materiales en la escuela. Pero, ¿tan importante era lo que se llevaba como para establecer una cerradura con combinación numérica en la cartuchera?

Ese, seguramente, no era el objetivo primordial, sino más bien una moda. Una que por momentos fue furor. Eran rectangulares. Algunas rígidas, otras acolchadas. Con diseños y motivos variados.

El sistema era bastante deficiente y, en la mayoría de los casos, a las pocas semanas, esa cerradura estaba rota. Incluso, hasta impidiendo cerrar la cartuchera, por lo que la supuesta razón original de su creación (la seguridad), no sólo dejaba de existir, sino que terminaba por ser contraproducente. Al no poder cerrarse el compartimiento, era inevitable es desparramo dentro del portafolio o mochila y se facilitaba así la pérdida de los materiales.

Sacapuntas guillotina

 

 

Una herradura con una hoja filosa invertida en un extremo. El sacapuntas más simple de todos. Y, probablemente, también el más incómodo. El exceso de fuerza podía desgarrar más madera de la deseada, romper la mina. Los cortes eran desparejos y, si no era de buena calidad, la hoja perdía el filo muy rápido o directamente se desprendía.

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