jueves, noviembre 21, 2024
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Padeció los golpes de su marido, que ahora está preso y la amenaza desde la cárcel

En pocos meses, su ex pareja podría pedir salidas transitorias; Fernanda Chacón cuenta su historia y expone sus miedos.

Fernanda Chacón tiene 40 años. Hace tres es víctima de violencia de género. “A Daniel Alberto Castro lo conocí en 2010. Era el hombre más bueno del planeta”, comenta Fernanda. Así empieza su historia con un hombre que hoy es su peor pesadilla.

Madre de tres niños y un adulto de 20 años, cuenta que los problemas empezaron cuando tuvieron a su única hija en común, una pequeña que nació en noviembre de 2011, por la cual -según dice- Daniel se sintió desplazado. “¿Te acordás cuando papá te hizo esto?”, le pregunta la niña con la inocencia correspondiente a su corta edad, en referencia a los repetidos episodios de violencia de los que fue testigo.

El primer hecho se produjo en febrero de 2012, cuando por negarme a tener relaciones sexuales con él, le puso un cuchillo en el cuello a nuestra hija

A los seis meses de haberse conocido, se fueron a vivir juntos y se casaron. Hasta ese momento, nada la hacía imaginar que el hombre que eligió sería capaz de levantarle la mano. “El primer hecho se produjo en febrero de 2012, cuando por negarme a tener relaciones sexuales con él, le puso un cuchillo en el cuello a nuestra hija”. «Así como le di la vida, se la puedo quitar», fueron sus palabras. En ese instante, Fernanda tomó a sus cuatro hijos y se los llevó a la casa de una amiga. Pero luego de unos días volvió.

– ¿Por qué volviste?

  • Porque me decía que se había equivocado, que iba a cambiar. El típico verso.

– ¿Pediste ayuda?

  • No. Cuando me preguntaban decía que me había levantado dormida y me había golpeado con la pared, o que mi hija me había dado una patada mientras dormía. Era un calvario. Mis hijos gritaban por los pasillos y por el portero eléctrico pidiendo ayuda.

Los maltratos fueron empeorando a medida que pasaba el tiempo. Si bien ingresaba a sitios de Internet para investigar y se unía a grupos de violencia de género, nunca se animó a hacer la denuncia. Hasta que en mayo de 2013 dijo basta. El hecho que derivó en su primera denuncia fue un golpe que, como resultado, le dejó una costilla fisurada. La recibieron en la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) y su cuerpo habló por ella. Las marcas físicas eran su evidencia y bastó con mostrarlas para que le tomaran el caso. A raíz de esta denuncia, se dispusieron medidas cautelares y exclusión del hogar, a pesar de que él ya se había ido motu proprio.

Fernanda tenía la esperanza de que el maltrato cesara. Pensó que nunca se atrevería a volver. Sin embargo, dos semanas después, llegó del colegio con sus hijos y, cuando abrió la puerta del departamento, allí estaba él.

Una vez más: discusiones, gritos, insultos. Llamó a la policía y finalmente, después de 40 minutos de espera, llegó y le notificó la causa en su contra y la prohibición de acercarse a la familia.

¿Cómo viviría tranquila sabiendo que ese hombre seguía en la calle y que en cualquier momento podría volver a hostigarla?

Durante 15 días no supo nada de él, hasta que un día apareció cuando abrió la puerta del ascensor y la noqueó con su hija en brazos. Los vecinos, alertados por la situación, salieron a socorrerla y él se escapó. Ese 13 de junio de 2013 hizo la segunda denuncia por desobediencia a las medidas judiciales en la Comisaría N° 29.

La pesadilla parecía no tener fin. La abogada del Centro Integral de la Mujer (CIM), que en ese momento la patrocinaba, se fue de vacaciones y no renovó las medidas cautelares. El abogado de Daniel se comunicó con ella y le dijo que si no volvía al departamento que compartían iba a tener problemas legales.

Bajo el mismo techo otra vez. El maltrato físico y psicológico era frecuente en el departamento que compartían con los cuatro hijos. Nada lo frenaba. Ni siquiera la presencia de la policía lo intimidaba. Días después, intentó pegarle delante de los efectivos y se lo llevaron detenido por desacato a la autoridad. Al día siguiente del hecho, como otras veces, salió en libertad.

El último encuentro cara a cara fue en febrero de 2014. Fernanda estaba con su hija menor en la esquina de su domicilio y le sacó a la pequeña de los brazos a la fuerza. Ante la desesperación, le pidió que la acompañe al supermercado y mientras ella entraba a “hacer las compras”, él se quedó con la niña afuera. “Una vez adentro, activé el botón de pánico, que no sirve para nada. Hasta que establecés la comunicación y te preguntan qué está pasando puede suceder cualquier cosa”, dice. Después de 20 minutos, llegó la policía y se lo llevaron detenido hasta el otro día por desobediencia a las medidas cautelares.

Entradas y salidas de la comisaría tuvo varias. Cuando le averiguaron los antecedentes, Fernanda se encontró con una sorpresa. Daniel había estado preso en el penal de Devoto por delitos como robos y encubrimientos antes de conocerlo.

La noticia que tanto anhelaba finalmente llegó el 30 de marzo de 2014. Daniel Alberto Castro quedó detenido automáticamente debido a que la jueza determinó el peligro de fuga por no tener un domicilio fijo y se le dictó la prisión preventiva en el penal de máxima seguridad de Ezeiza; luego de unos meses fue trasladado al de Devoto, donde hoy cumple la condena.

 
Aún estando preso, su ex pareja llamaba desde la cárcel para amenazarla.
 

Se le imputaron nueve delitos en contra de Fernanda, entre los que figuran amenazas coactivas, lesiones leves y desobediencias. “Nunca me presenté como querellante en la causa ya que la abogada que me patrocinaba en la Dirección de Orientación a la Víctima (DOVIC), dependiente de la Procuración General de la Nación, me dijo que la causa iba bien encaminada y que si me presentaba quizás se entorpecería y sería más largo el proceso. Luego de un tiempo, me enteré de que la abogada trabaja ad honorem en la Asociación para Familiares de Detenidos en Cárceles Federales (ACIFAD) orientando a los familiares de detenidos para que puedan recuperar su libertad”.

Luego de dos años de investigación y declaración de testigos, la causa pasó a la próxima instancia: Tribunal Oral. “En marzo de este año me llamaron de la fiscalía para informarme que, al otro día, mi ex iba a firmar un juicio abreviado de cuatro años y seis meses como pena única y unificada. Él tenía tres años en suspenso por una causa anterior, que yo desconocía hasta ese momento, por lo que le dieron sólo un año y seis meses por todo lo que me hizo a mí”. A Fernanda una incógnita no la deja en paz: ¿Por qué el victimario es el que recibe los beneficios y la víctima tiene que luchar contra la burocracia de los organismos de Justicia?

Después de ir por varios lados y golpear infinidad de puertas, me decían que no había nada que hacer para poder preservar nuestras vidas

“Después de ir por varios lados y golpear infinidad de puertas, me decían que no había nada que hacer para poder preservar nuestras vidas. Finalmente, llegué a la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia, lugar que habitualmente no atiende al público y, por mi insistencia, decidieron escuchar mi caso. Evaluaron varias alternativas hasta que la única que creyeron conveniente fue empezar de cero. Hablaron con la directora de la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) y ese mismo día, 10 de abril de 2015, hicieron un informe de alto riesgo debido a los antecedentes de esta persona”, comenta Fernanda y bromea con que ya podría ser abogada con todo lo que tuvo que aprender estos años, a pesar de no tener un título universitario.

Sobre la base del informe, el Juzgado Civil dispuso medidas cautelares sin fecha de vencimiento a partir del momento de su excarcelación. Pero el problema es que estas medidas van a estar vigentes recién cuando él salga en libertad y no se tuvieron en cuenta las salidas transitorias, que pueden suceder en un plazo no mayor a tres meses.

La sentencia hoy está firme, pero aún así, Fernanda no duerme tranquila. Los procesos judiciales que está transitando parecen interminables: la quita de la Patria Potestad de la hija que tienen en común, una causa por amenazas desde la cárcel que recibió contra ella y su hija menor cuando su ex marido se enteró que debía pasarle el dinero de la cuota alimentaria y la apelación a la sentencia.

¿Quién les asegura que cuando salga no cumpla con las amenazas? ¿Por qué tienen que vivir con un miedo constante a ser perseguidas? Muchas preguntas y pocas respuestas. Así viven 4570 mujeres -según las cifras de casos denunciados, proporcionadas por la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de enero a mayo de este año- que luchan día a día contra la impunidad de hombres que alguna vez prometieron amarlas y cuidarlas de por vida.

Fuente: La Nación

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