martes, diciembre 3, 2024
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[OPINIÓN] Los falsos “redentores” de las patrias

Por Loris Zanatta, historiador, ensayista y profesor de la Universidad de Bolonia.

Qué confusión, ¿no? ¿Quién entiende algo en el mundo de hoy? Lo único que une a todos es que a nadie le gusta. ¿Realidad? ¿Percepción? No importa: la percepción es realidad. Se podrían pasar horas explicando, argumentando, soltando datos para mostrar que el mundo de hoy no es mejor ni peor del de otros tiempos. Sería inútil. Veamos si es posible orientarse escudriñando la historia. Al menos una cosa enseña: todo es siempre nuevo; nada es nunca del todo nuevo.

Hoy se habla mucho de “crisis de la democracia representativa”. Más: del “fin de la civilización liberal”. ¿La mejor prueba? El aumento portentoso de nuevos “fascismos”: de Bolsonaro a Orban, de Salvini a Trump, cada uno a su manera, cada uno en su contexto. “Hay tufillo de años ‘30”, observan los más cultos y ancianos. Y tienen razón.

Hace diez años no era tan diferente: dondequiera se mirara, había quien quería sepultarla en nombre de nuevos “socialismos”. De Chávez a Podemos, de Correa a Varoufakis, había tufo de años ‘70. Digo “tufo”, a sabiendas que para algunos es perfume.

No es tan extraño: los años ‘30 y ‘70 del siglo veinte tienen algunos rasgos comunes; y nuestra época los tiene con ambos. En cambio no los tiene con la Belle époque entre los siglos XIX y XX, ni con los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, épocas de esa misma civilización.

De ahí que, con caras nuevas y diferentes apariencias, reaparezcan fantasmas parecidos a los de entonces: la democracia está superada, debemos elegir entre las nuevas versiones del fascismo y del socialismo; per- dón: entre populismos de derecha y populismos de izquierda, se dice hoy. Si supieran, los detractores de la democracia liberal en nombre de “formas superiores” de democracia, los que disparan contra ella balas de cañón con la espuma en la boca, que todo lo que dicen ya se dijo, probó, digirió, expulsó varias veces después de largas y dolorosas tragedias. ¡Es como si cada generación tuviera que reinventar la rueda! Los más jóvenes, ya los veo pedir perdón en veinte años; incluso esto no será nuevo: que lo sepan desde ahora. Los más grandecitos, ya no tienen remedio.

¿En qué se parecen esas épocas? Digamos que son épocas de “reculada”, para decirlo así. Son fases de reacción a las de expansión de la democracia y los derechos individuales, de ampliación del comercio y los intercambios, de portentosos flujos migratorios y grandes innovaciones tecnológicas. Son épocas que, vistas desde la perspectiva a largo plazo, muestran un gran progreso; pero vistas desde cerca generan, justamente, una “reculada”.

Porque la expansión de los derechos, los mercados y las migraciones nunca es un proceso lineal y pacífico: hay quienes ganan y quienes pierden, quienes se integran y quienes permanecen al margen, quienes aplauden y quienes gritan rabiosos idealizando el pasado perdido. Quien pierde, a menudo, no tiene las herramientas para unirse a los ganadores, por lo que sigue con fervor a quien le promete la salvación o la venganza.

Por eso el mundo está poblado por redentores que denuncian problemas reales pero proponen recetas equivocadas, que producirán efectos dañinos que, algún día, llevarán a muchos a admitir: no era tan mala, la vieja democracia con sus grandes defectos; no era tan tremenda la globalización, respecto al “se salve quien pueda” que vino después.

Lo que expresan es una nostalgia de unanimidad, la base de todo populismo del pasado, del presente y, apuesto, del futuro. ¿Demasiados derechos a demasiadas minorías? Queremos una moral única, una moral de estado. ¿El mercado fragmenta y desmembra? Más sobe- ranía, más proteccionismo y tendremos cohesión. ¿Las migraciones amenazan la homogeneidad étnica y cultural? Echemos a los migrantes y se salvará la unanimidad. Visto de esta manera, no hay un populismo de derecha y un populismo de izquierda; hay populismo y eso es todo.

Pero si este es el caso, se impone una reflexión: en los años 30, la civilización liberal sucumbió casi en todas partes al desafío; todos sabemos qué tragedias tuvieron lugar antes que se reevaluaran sus virtudes; en los años ‘70 se mostró más resistente en Europa, pero capituló en América Latina.

También en ese caso, costó lágrimas y sangre aceptar que la sociedad abierta y democrática es un valor en sí misma; no será la mejor en abstracto, pero ciertamente es la menos peor en los hechos. ¿Y hoy?

Si observamos cómo las democracias han resistido el impacto de la “izquierda” populista en la última década, vemos luces y sombras: en Europa, la existencia de un edificio institucional supranacional ayudó a “desinflar” los desafíos más radicales. Hasta la fecha. En América Latina, donde ese edificio no existe, los regímenes de Venezuela y Nicaragua se han comido la democracia como un bocado; Bolivia está cerca.

Ahora, como en la década de 1930, empezamos a asistir al avance de la redención “fascista” frente al repliegue de la redención “socialista”. Con lo cual volvemos al punto de partida: ¿lograrán las instituciones democráticas normalizar, metabolizar, constitucionalizar los Bolsonaro, los Orban, los aspirantes a imitarlos? Me temo que no haya respuesta: en algunos casos sí, en otros menos.

¿Y Argentina? ¿Como navegar en un mar tan agitado? Es una cáscara a la merced de las olas: tantas ambiciones, tanto nacionalismo, tantas luchas contra el capital y el imperio, y ahí se vé lo que queda: la irrelevancia. Merecería reflexiones.

En la década pasada, Argentina se cerró al mundo cuando la apertura le habría dado enormes ventajas; hoy se ha vuelto a abrir cuando el mundo se cerraba en sí mismo: el peor panorama posible. ¿Que hacer? ¿Volver a encerrarse, repitiendo como farsa el drama ya vivido?

A quien la gobierne en el futuro, sea quien sea, creo le convendrá insistir en anclarse a lo que queda del orden internacional. ¿Ha superado la redención kirchnerista? Le tocará hacer su parte para contener la de Bolsonaro. ¿Alguien quiere volver a la primera? Excelente manera para tener la segunda.

[Nota publicada en la edición de hoy del diario Clarín]

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