Oberto: "Ahora me puedo dar mis gustos"
Referente de la Generación Dorada del básquet nacional, fue campeón en la NBA, tuvo su merecida despedida en su Córdoba querida y ahora incursiona en varios terrenos: la música, el vino, la tele y la radio.
Vive en Córdoba. Eso, por ahora, no se negocia. Fabricio Oberto pasó una tarde de domingo en Buenos Aires junto a Bruce Bowen, uno de sus ex compañeros en San Antonio Spurs. Ambos fueron parte de NBA 3X, un evento que organiza la mayor liga del mundo en diferentes países apuntado a los jóvenes basquetbolistas. Apenas terminada la actividad –anécdotas, consejos y chicanas incluidas-, Fabricio y su hija Julia partieron rumbo al aeropuerto. Su ciudad los esperaba para terminar el fin de semana allí.
Tiene 39 años, mide 2.08 y estrena corte de pelo. A cada paso que da por la cancha –y cuando sale- un chico se le acerca para saludarlo, pedirle una foto, darle una palmada. Oberto sonríe siempre.
Debutó en Atenas en 1993, jugó en Grecia, en España (en donde ganó tres títulos y dos subcampeonatos) y en 2005, a los 30 años, debutó en los Spurs. Al año siguiente consiguió su primer anillo de la NBA. Al mismo tiempo se convirtió en uno de los referentes de la Generación Dorada de la Selección nacional, con la que fue campeón en el Mundial de 2002 y medalla de oro en los JJOO de Atenas 2004, entre otros logros.
Durante sus últimos años en los Estados Unidos, una arritmia cardíaca lo alejó de las canchas: le practicaron una ablación y durante dos años estuvo retirado del básquet. Volvió en Atenas de Córdoba, el club de su vida, y ahí tuvo su despedida. Aunque para él sea algo parecido a estar en stand by.
-Te fuiste de los Spurs en 2009. Cinco años después parece que tu vínculo con ellos se mantiene intacto…
-Tengo la suerte de tener mucha relación con la gente de San Antonio y con la NBA también. Incluso en el último campeonato estuve allá con toda la gente. Para mí es un honor: por haber formado parte del equipo y conocer amigos que me han quedado en el camino. Con el tiempo se ve cuando uno hace las cosas bien, la marca que uno deja. Todos esos años la verdad que fueron hermosos. De toda mi carrera fueron los que más aproveché: tenía la madurez justa.
-Apenas dejaste de jugar empezaste a hacer cosas que no tenían relación con el básquet. ¿Necesitabas alejarte?
-Sí, creo que el básquet siempre está. En un principio quise cortar un poco, porque sino era como que seguía ahí. Tuve esa necesidad de cerrar el libro y dejarlo ahí, más allá de que yo me considero “sin actividad” más que “ex jugador”. Es muy duro decir “soy ex jugador o ex deportista”. Creo que uno siempre lo es. Después de 20 años de vivirlo todos los días a 300 km/h, se complica decir “no va más”. Trato de jugar y ahora empecé a colaborar con Atenas. Ahí voy despuntando el vicio.
-¿Cómo es tu trabajo en Atenas?
-Estoy colaborando con el primer equipo en la técnica, los fundamentos. Tengo una muy buena relación con el club y con el coach. De alguna manera hago lo que hacía antes en la cancha, lo pongo en palabras.
-Siempre dijiste que no querías ser entrenador…
-Sí, siempre dije eso porque es muy difícil serlo, lleva un montonazo de tiempo. Hoy estoy cerca porque me gusta la enseñanza. Un poco me tengo que retractar de mis palabras… pero lo veo muy difícil. Hoy soy voluntario en el club, le dedico mis horas libres y la paso bien.
-En el último Mundial de España fuiste comentarista para la TV. ¿Cómo fue ver desde afuera a algunos de tus ex compañeros?
-Sufrí un montón porque yo tenía que comentar y al mismo tiempo veía qué hubiera hecho en una jugada, en dónde estaba parado un compañero, qué tenía que hacer. Lo analizaba en tres dimensiones. ¡Y además tenés que contárselo a la gente! Me sacó del lugar del jugador y ahí estuve más tranquilo. En los días libres pude ir al hotel y estar con ellos.
Dedicación. En su casa guarda recuerdos de su época como deportista: diferentes modelos de pelotas, camisetas de fútbol, algunas de otras selecciones –como la que intercambió con Marcos Milinkovic-, zapatillas de jugadores a los que admira. Pero también tiene su rincón musical, con joyas de coleccionista: tiene guitarras que fueron de Nirvana, Pink Floyd, Charly García y un bajo de Pearl Jam, banda de la que es amigo. Cada vez que ve alguno de esos objetos, dice, se emociona.
-Apenas te retiraste te volcaste a la radio y la música…
-Le dedico tiempo. En mi vida siempre traté de profesionalizar las cosas que hago, no me gusta que sea a medias. Por eso estudio canto hace casi dos años, trabajo la voz también para la radio, la oratoria. De a poco voy mejorando y tengo la suerte de que al trabajar con gente que sabe mucho, uno aprende.
-También te animaste a tocar con IKV en vivo…
-No tengo mucha vergüenza. Es increíble la sensación de subir a un escenario, siempre lo pongo a la altura parecida de lo que se siente cuando jugás un partido importante. Pero en el escenario tenés que hacer lo opuesto a lo que hacés en la cancha: acá tenés que mostrar todas tus emociones. Cuando jugás no podés mostrar la debilidad.
-Frente a los chicos que vinieron a verte hoy hablabas de la importancia del deporte y del apoyo familiar. ¿Cómo acompañás a tu hija con el deporte?
-Yo tengo el recuerdo de vivirlo con mis viejos: íbamos ocho en un auto a jugar en una ciudad a 50 kilómetros. Eso no se olvida. Julia juega al hockey, a veces al tenis, y yo trato de estar. Hay que entender que si tu hijo hace deporte, ya está. No me importa si no juega al básquet, es su vida. No puedo pensar que tengo el billete de lotería para ver si sale un Ginóbili o un Messi. Muchos padres apuestan a eso en lugar de apoyar que hagan deporte, que te aleja de un montón de cosas y te da un entorno social: estar en un club es vivir en un pequeño laboratorio.
-En 2011 te asociaste con un enólogo y abrieron una bodega en Catamarca. ¿Ya sos un bebedor experto?
-De a poco voy conociendo y cada vez que viajo a la bodega hago un pequeño cursito para aprender más. Compartí cenas con gente que realmente sabe mucho, Miguel Brascó, Michel Rolland y Francis Mallmann, gente que te habla y podés absorber mucho.
-Te dedicaste al vino, a la música… ¿Hay algún otro mundo ajeno al básquet que todavía te quede por explotar?
-No, ¡no tengo más tiempo! Trato de encontrar prioridades. Lo que sé hacer es el básquet y todo lo que venga va a estar relacionado con eso. Después uno comienza a elegir caminos. La música es un cable a tierra que tengo. Lo quiero hacer cada vez mejor, con los pibes de la banda nos divertimos, la pasamos bien. La idea no es meterse en un mundo comercial. Pero pasarla bien tampoco significa hacer cualquier cosa.
-¿Qué rutinas mantenés de tu etapa como jugador?
-Estoy siempre entrenando. Pueden pasar uno o dos días, pero no más. Con la comida, dejé de comer tanta pasta pero me cuido y trato de comer lo mejor posible. De la locura que era, a esto, hay una gran diferencia. Ahora me puedo dar mis gustos, tengo más libertad. Pero no es fácil cambiar la rutina del cuerpo de un día para el otro.
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