viernes, noviembre 22, 2024
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Muerte de Pérez Volpin: los famosos que perdieron la vida en un quirófano

Las paradojas en ocasiones duelen. ¿Qué es un hospital sino un lugar para sanar? Sin embargo, a veces las cosas se van de las manos y es entonces un lugar donde morir. Es entonces cuando las paradojas duelen.

Así pasó con el sorpresivo fallecimiento de Débora Pérez Volpin. Entró al Sanatorio de La Trinidad por un dolor de estómago, le indicaron que debía hacerse una endoscopía y en medio del procedimiento (un procedimiento simple) su estado se agravó y derivó en su deceso. Se realizó una autopsia y los peritos encontraron perforaciones en el estómago y el esófago. Aún no se sabe a ciencia cierta qué pasó, pero una cosa es clara: nadie esperaba este final.

Sin embargo, no es la primera vez que un quirófano se convierte en el escenario impensado de la muerte. O que cuadros en apariencia menores, se complican sorpresivamente. En la historia, hay algunos antecedentes famosos.

Andy Warhol

Un caso emblemático. La vida del artista pop se apagó hace 31 años, el 22 de febrero de 1987. La causa de su muerte (a los 58 años) suele resumirse como infarto de miocardio, pero la situación fue confusa y sorpresiva.

Warhol evitó lo más posible su internación por el miedo que tenía a los hospitales. Fue el caso de la profecía autocumplida: tanto lo aterraban que el destino terminó por darle la razón. Murió tras una operación de vesícula; una vez más, una intervención en apariencia simple.

No obstante, algunas investigaciones posteriores demostraron que el cuadro en realidad revestía de cierta complejidad a causa del propio pánico del artista. Al parecer, el padre de Andy también se había extirpado la vesícula a los 60 años y era un defecto de salud hereditario. Warhol lo sabía, sus médicos se lo habían dicho, pero no quería por nada del mundo entrar en el quirófano. Lo demoró más de la aconsejado.

Cuentan que el artista contactó a un especialista que había sido el médico de cabecera del Sha de Persia y le ofreció una fortuna a cambio de que lo sanara sin someterlo a una operación. El doctor le respondió que era imposible. Finalmente el creador del Pop-Art entró al NewYork-Presbyterian Hospital y aceptó el tratamiento. Ya era demasiado tarde.

Según una investigación del médico John Ryan, cuando Warhol ingresó a la sala de operaciones estaba deshidratado y llevaba varios días sin comer, y su vesícula estaba gangrenada. Luego de la operación estuvo consciente un tiempo, pero pronto entró en coma y finalmente murió de fibrilación ventricular. La familia enjuició a la clínica por negligencia y debieron pasar muchos años para que se supiera la verdad.

La paradoja es doble, en el caso del artista: no solo falleció por una causa fácilmente evitable, sino que muchos años antes había superado una muerte casi segura. Fue el 3 de junio de 1968, cuando Valerie Solanasle disparó a quemarropas con la intención de matarlo. Warhol recibió dos balazos y estuvo en estado crítico. Sobrevivió para contarlo, y años después se lamentaba: “Si hubiera muerto ese día me hubiera convertido en una figura de culto”. Lo fue, de todas formas, aunque su muerte haya sido menos épica que absurda.

Ricardo Fort

Muy lejos del Pop-Art (o no tanto), otra muerte que sorprendió a todos fue la de Fort el 25 de noviembre de 2013, también en el Sanatorio de La Trinidad. Tenía 45 años. Entró al quirófano por una fractura que había sufrido días atrás en Miami, y distintos dolores en su rodilla y columna. Su salud y su cuerpo eran un misterio. A menudo se aplicaba inyecciones para aplacar dolores permanentes. En apariencia tenía un cuerpo fuerte, entrenado, maquillado también por operaciones estéticas de todo tipo (había pasado 27 veces por el quirófano), pero su estado de salud era frágil.

“Va a tener que cambiar su estilo de vida, sus hábitos. Fort es adicto a la morfina, seguramente desde hace dos años. Esto puede traer trastornos en general de la persona. Se automedica”, había dicho su médico, Alejandro Druetto, en febrero del 2013, meses antes de su muerte. Quienes lo conocían sabían que llevaba un estilo de vida extremo, amparado en la idea de que su fortuna lo iba a mantener a salvo de la muerte. No fue así. Falleció por un paro cardíaco después de una hemorragia masiva en el estómago.

El parte médico oficial informó: “Se mantuvo clínicamente estable y súbitamente presentó un paro cardiorrespiratorio asociado a una hemorragia masiva en el estómago que produjo su deceso, pese a las maniobras de reanimación ejecutadas”. Su muerte invadió todos los medios. Aunque se sabía que Fort jugaba fuerte, nadie vio venir ese final.

Solange Magnano

“Tenía una belleza sofisticada, majestuosa, la gente se quedaba con la boca abierta cuando la veía, sentía lo mismo que yo. Si bien ella era una mujer sencilla, te dejaba sin habla”. Así recordó Roberto Piazza a la modelo Solange Magnano tras su fallecimiento. Sucedió a sus 38 años, producto de una operación estética. Fue sin dudas una muerte evitable y perversa, producida en parte por la sobrevaloración de la estética en nuestra sociedad.

Magnano había sido Miss Argentina en 1994. Luego había desarrollado una carrera en Europa y finalmente había vuelto a la Argentina, donde se instaló con su familia en San Francisco, Córdoba. Fue en esa etapa cuando empezó a trabajar con Piazza.

Murió en 2009 por una embolia pulmonar luego de someterse a una cirugía estética de glúteos en una clínica de Belgrano. El procedimiento se complicó y la derivaron a un sanatorio de Avellaneda, donde se produjo su deceso. Como consecuencia, el Tribunal Oral N° 11 de Capital condenó a la médica que la trató, Mónica Portnoy, a dos años de prisión en suspenso y a cinco de inhabilitación profesional.

En la investigación se demostró que le habían inyectado silicona líquida en lugar de metacrilato, la sustancia permitida en este tipo de tratamientos. Gustavo Rosso, el marido de Solange, se expresó duramente respecto al fallo. En su momento escribió en Facebook: “¿Qué mensaje le damos a otros médicos inescrupulosos? ¡Acá se puede matar y seguir como si nada!”.

Sandro

Tal vez no fue sorpresiva, porque su salud era delicada. Tal vez no fue prematura, porque lo había vivido todo y lo había vivido a lo grande. Pero la muerte de Sandro fue resonante como la desaparición de todo grande, y también sucedió luego de una marcha entre quirófano y quirófano.

Fue en el verano de 2010, el 4 de enero. Roberto Sánchez tenía 64 años. Falleció en el Hospital Italiano de Mendoza por un shock séptico. Su médico, Claudio Burgos, informó que murió a las 20:40, tras dos intervenciones quirúrgicas. En total, había sido operado cinco veces a causa de un trasplante cardiopulmonar que le realizaron en noviembre de 2009, dos meses antes de su muerte.

Esa operación, de suma complejidad, había sido realizada con éxito (luego se supo que el donante había sido un hombre que falleció a los 22 años), y todo parecía indicar que el Gitano se recuperaría. De todas formas, lo médicos advirtieron que había que ser cautelosos.

Sumado a algunas complicaciones durante el proceso de adaptación de los órganos, en diciembre Sandro contrajo un germen hospitalario que empeoró su estado. El cuadro final fue el ya mencionado shock séptico. Durante su internación, sus fans, Las Nenas, plagaron el sanatorio de flores y mensajes. Su muerte dio la vuelta al mundo. Se había ido nuestra América, nuestro Elvis, nuestro Sandro.

Fuente: Teleshow

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