La pila alcalina cumple 60 años y preocupa su impacto ambiental
La revolución en la electrónica de consumo tuvo su punto de inflexión en la década del 50, cuando la sociedad comenzó a demandar baterías de larga duración para linternas y radios. Y, si bien se hicieron miles de ensayos para dilatar su duración, la patente de la primera pila alcalina fue concedida a la marca Eveready en 1960, hace 60 años. Su autor, el canadiense Lewis Urry, tardó tres años en hallar una solución viable.
Estas diminutas fuentes de energía portátil, distribuidas por todos los rincones de la casa, dan vida a los controles remotos, los aparatos para medir la presión, marcapasos, juguetes de todos los tamaños y fueron el paso previo a los teléfonos recargables. En la actualidad, se producen 10 mil millones de unidades al año.
“A lo largo de la historia, la pila representó la búsqueda de un dispositivo capaz de convertir energía química en electricidad, lo que se vuelve accesible mediante dos polos: uno negativo y el otro positivo”, dice Miguel Aguirre, director del departamento de Ingeniería electrónica del ITBA.
La revolución de las pilas logró su coronación en 1979, cuando se puso a la venta el Walkman de Sony. Este dispositivo permitió, por primera vez, experimentar la música en forma ambulante. “A diferencia de las pilas de carbón, que resistían unos instantes, las alcalinas permitieron planificar una vida lejos del enchufe. Brindan mayor densidad de energía, ya que duran más y logran mayor densidad de potencia”, explica Aguirre.
Mientras cuatro pilas de zinc-carbono conectadas en serie encendían una bombilla de 1,25 amperios durante menos de 1 hora, la alcalina entregaba un brillo superior por 7 horas.
La descripción de la pila Eveready fue firmada por Lewis Urry, Paul Marsaly, Karl Kordesch y entregada a la oficina de patentes de Estados Unidos en octubre de 1957. La aprobación fue el 15 de noviembre de 1960.
La popularidad alcanzada por este producto fue tal que se terminó convirtiendo en una complicación para el medio ambiente, dado que tiene componentes tóxicos que, al final de su vida útil, se convierten en desechos dañinos para el planeta.
Según el INTI, en Argentina se consume un promedio de 10 pilas por habitante al año. La misma fuente afirma que, sólo en la Ciudad de Buenos Aires, se consumen 19 millones de pilas al año, que son equivalentes a 500 toneladas y cuyo descarte anual se estima será de 117 toneladas.
Una batería de mercurio puede contaminar 600 mil litros de agua, una alcalina unos 167 mil y una de óxido de plata hasta 14 mil litros. Una sola pila de reloj pulsera puede llegar a contaminar toda el agua de una pileta olímpica. (Diario Clarín)