jueves, noviembre 21, 2024
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La mamá que habla cada noche con su hija asesinada

A un año del homicidio de la estudiante chilena Nicole Sessarego Bórquez, su madre convive con el dolor. Tiene sus cenizas guardadas en el dormitorio que era de la joven.

Pasó un año y el dolor se agudiza. Desde Valparaíso, Chile, Shirley Bórquez llora al recordar a Nicole Sessarego, su hija de 21 años asesinada a puñaladas en el barrio de Almagro cuando estudiaba Periodismo, en el marco de un intercambio universitario en Buenos Aires. “Todavía no le encuentro explicación”, dice la mujer. Por el crimen está detenido Lucas Azcona, a quien su padre entregó cuando lo reconoció en un video de las cámaras de seguridad mientras seguía a la joven.

“Estoy con mucho dolor, muy triste, pero sé que esto no va terminar nunca. Hay que aprender todos los días, es una lucha cada momento”, asegura la mujer a Clarín en una conversación telefónica. La imagen de su hija no desaparece nunca. Sus cenizas están una cajita de madera que tiene arriba de un mueble de la habitación de Nicole. Allí conserva todo igual: la ropa, la cama, los peluches.

Antes de irse a dormir, Shirley (45) espera que su marido, Víctor (55), y su hijo Diego (15) se acuesten para ir a despedirse de Nicole. “Por las noches, cuando están todos durmiendo voy a su pieza y siento una conexión especial. Me quedo con ella y conversamos”, cuenta. No lo dice en tono místico, sino para remarcar que está ahí, presente.

El 15 de julio del año pasado, el papá de Nicole manejaba un ómnibus interurbano en Valparaíso cuando escuchó por la radio que habían matado a una estudiante de Periodismo chilena en Buenos Aires. Enseguida pensó en su hija. “¡Es la Nicole, es la Nicole!”, le dijo por teléfono, a los gritos, a su mujer, convencido de lo que había pasado. Enseguida confirmaron la peor presunción.

Desde entonces, Víctor Sessarego está de licencia médica. Vence el día del aniversario del homicidio, pero todavía no decidió si va a retomar sus tareas. Hoy trabaja en su casa, despuntando un oficio que lo apasiona, la herrería.

Shirley, en tanto, va semanalmente al psicólogo y una vez por mes al psiquiatra. También toma clases de gimnasia. Es peluquera e intentó trabajar en una empresa de agua potable. Hizo el curso de capacitación, pero desistió porque sintió que todavía no estaba en condiciones anímicas.

 

El próximo miércoles, el obispo de Valparaíso invitó a la familia a oficiar una misa en la iglesia que está ubicada en el casco histórico de la ciudad. Será para recordar a Nicole.

Shirley resume que estar sin su hija “es sobrevivir” y recuerda que cuando la visitó en Buenos Aires, días antes del asesinato, “la veía tan contenta que si pudiera volver el tiempo atrás, no dejaría que el tiempo pasara, aunque volvería a apoyar su decisión” de estudiar en la Argentina.

“Esto podría haber pasado en cualquier lugar. Cometió el error de volver en el metro (de la línea A), porque siempre lo hacía en taxi”, expresa sobre la madrugada en la que Nicole volvió de un boliche, en Lavalle al 300, y llegó al edificio donde vivía con otros extranjeros, en Don Bosco al 4100. Allí fue donde la atacó Azcona.

A Nicole le faltaba un mes para terminar de estudiar y regresar a Chile. “Ahora creo en el destino. Estaba marcado ese día”, reconoce Shirley, quien destaca que trata de “llevar la vida un poco menos triste”, pero se acuerda de su hija “antes de abrir los ojos, cada mañana”.

La mujer dice ser “más fuerte” que su marido. Y que su hijo de 15 años la “mantiene en pie”. Cuando Argentina y Chile jugaron la final de la Copa América, el chico, fanático de Colo Colo, vio los penales arrodillado y rezando, con una pulserita de Nicole al lado de una foto de su hermana. Terminó llorando por el triunfo de la selección de Jorge Sampaoli.

Y comenta que ella tenía un prejuicio con los argentinos, al contrario de su marido, que admiraba el fútbol de acá. “Cómo te pueden gustar? Son tan cachetones (soberbios)”, le reprochaba Shirley. Pero cuando vino a visitar a Nicole a Buenos Aires, cambió de opinión, ya que sintió afecto en todos los lugares donde estuvo. Después del crimen, el que “no quiere saber nada con los argentinos es mi marido”, confiesa.

Fuente: Clarín.com

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