La emoción del recuerdo, a 40 años del Mundial 1978
El frío de junio. Los papelitos inundando el Monumental. La ansiedad. La ilusión. La potencia de Kempes. El cabezazo de Nanninga. El remate de Rensenbrink en el palo. El alargue. La guapeada del Matador. La pared con Bertoni. El pitazo final. La locura. La vuelta olímpica. El capitán Daniel Passarella alzando la Copa del Mundo. Imágenes inolvidables del primer campeonato del mundo del que hoy, 25 de junio, se cumplen 40 años.
Aquel Argentina 3-Holanda 1 tiene también flashes que se superponen con los brazos en alto de los genocidas Videla, Massera y Agosti festejando la conquista como propia, con los gritos de dolor y horror que sucedían a menos de 700 metros del estadio, en la Escuela de Mecánica de la Armada. Dos sensaciones indisolubles: la emoción del recuerdo; la memoria que no olvida.
Fueron 25 días en los que el país, siempre futbolero, vibró al ritmo del Mundial. El éxito final combinó el desahogo de la gente y la utilización planificada de la dictadura militar. En el medio, un cuerpo técnico y un grupo de jugadores que trabajó durante cuatro años para lograr el objetivo final. Héroes de carne y hueso que merecen la gloria eterna.
En el banco, César Menotti y sus colaboradores: Rogelio Poncini, Roberto Saporiti, el profe Ricardo Pizzarotti, el doctor Rubén Oliva y Rodolfo Kralj de asesor. Y los 22 jugadores numerados de corrido: Norberto Alonso, Osvaldo Ardiles, Héctor Baley, Ricardo Bertoni, Ubaldo Fillol, Américo Gallego, Luis Galván, Rubén Galván, René Houseman (el Negro y el Loco murieron en marzo pasado), Mario Kempes, Daniel Killer, Omar Larrosa, Ricardo Lavolpe, Leopoldo Luque, Jorge Olguín, Oscar Ortiz, Miguel Oviedo, Rubén Pagnanini, Daniel Passarella,Alberto Tarantini, José Valencia y Ricardo Villa.
El torneo, del que participaron apenas 16 equipos (la mitad de los que juegan ahora), se inició el 1° de junio. El camino argentino arrancó un día después, en la cancha de River, con un esforzado triunfo ante Hungría por 2-1, con goles de Luque y de Bertoni. Cuatro días después, el 6 de junio, superó a Francia también por 2-1, con goles de Passarella, de penal, y otra vez Luque, con un zapatazo inolvidable desde afuera del área inolvidable. La sorpresa llegó en la última fecha, el 10 de junio, al perder 1-0 con Italia. La derrota cambió los planes de Menotti, que aspiraba a jugar todos los encuentros en el Monumental.
Los dos primeros de cada zona se clasificaban a los grupos semifinales, dos de cuatro equipos, que jugaban todos contra todos. Argentina se mudó a Rosario y los siguientes tres encuentros los jugó en la cancha de Central. Allí apareció en toda su dimensión la figura de Mario Alberto Kempes, quien en la primera fase no había estado cómodo al costado de Luque y no marcó goles. Menotti resignó al “10” clásico (Valencia) y retrasó al Matador, como volante ofensivo a la antigua.
El primer rival, el 14 de junio, fue Polonia. Argentina ganaba 1-0 con un cabezazo de Kempes, quien después salvó con la mano una pelota en la línea (por la reglamentación de entonces no fue ni amonestado). Fillol le atajó el penal a Deyna y, en la parte final, Kempes marcó el 2-0 definitivo. Luego pasó el 0-0 con Brasil, esa paridad que casi se rompe con una definición fallida del Negro Ortiz.
Y una goleada bajo sospecha fue el pasaporte a la final, el 21 de junio. El 6-0 a Perú sigue generando controversias cuatro décadas después. “Cada uno tiene su idea. El hincha piensa que los peruanos se vendieron. Yo no vi nada y si uno no vio nada, no puedo decir nada”, le cuenta Oscar Ortiz a Clarín. “En marzo les habíamos ganado dos partidos, aquí y en Lima. Les teníamos que hacer cuatro goles, no seis. Y eso en el fútbol no es difícil. Pasó con Barcelona hace poco, a favor y en contra”, remarca el puntero izquierdo campeón.
El Negro Ortiz, a los 65 años y alejado de toda celebración, se sincera. “Me llamás porque la pelota de Rensenbrink pegó en el palo. El fútbol es un accidente”, asegura. Y reclama: “La importancia del Mundial 78 no es la misma que la del 86. La gente y el periodismo siempre valoró más el segundo. Dicen que se salió campeón porque jugamos de local, por la dictadura. Yo no les doy bola. Nosotros jugábamos al fútbol, como la mayoría que continuó trabajando en sus profesiones”.
Y deja una última reflexión: “La gente sale a la calle a festejar por un partido de fútbol. Tendría que salir por cosas más importantes, para que el país mejore”.
Fuente: Clarín