Ginóbili: "Hubo momentos de mi carrera en que me costaba creer lo que me pasaba"
Desde San Antonio, Texas –donde vive con su esposa y tres hijos varones–, desanda en una entrevista con la revista Gente los inicios en Bahía Blanca y su necesario paso por Europa, habla sobre la explosión en los Spurs y el placer de jugar para Argentina, y anticipa que no quiere ser técnico.
–Qué encuentra Emanuel David Ginóbili Maccari (38, del 28/07/1977, 1,98 metro, 93 kilos) cuando mira hacia atrás y se le aparece aquel pibe flaquito de Bahía Blanca que aún no sabía qué quería ser de grande?
–Me recuerdo como un chico con un montón de incertezas y dudas, aunque con muchos sueños y muy apasionado.
–¿Se llegó a imaginar estudiando una carrera universitaria?
–Sí, claro. Aunque a los 17 ya empecé a sentir que tenía muchas chances en el básquet (debutó en la Liga Nacional el 29 de septiembre de 1995, jugando para el Andino Sport Club de La Rioja), estaba dentro de las posibilidades que no la pegara y debiera volver a mi ciudad y elegir alguna carrera universitaria. No era taaaaan bueno como para darme cuenta en seguida de que me iba a ir taaaaan bien (risas).
–¿Y en qué momento comprendió que lo suyo era nomás el básquetbol?
–Llegar a Andino y debutar en la Liga era sólo uno de los pasos. Hay muchos chicos que llegan ahí, pero después no se pueden mantener. O tienen lesiones y su carrera se ve truncada. Creo que me di cuenta de que lo mío era esto pasando los 19 años, a mitad de mi primera temporada en Estudiantes de Bahía Blanca, donde seguí jugando.
–¿Imagina qué hubiese sucedido entre usted y su deporte si en lugar de sus casi dos metros hubiese medido 1,60?
–Jugaría al básquet con mis amigos una o dos veces por semana, pero seguramente habría estudiado algo, como te dije. O tal vez entrenaría a un equipo, o a algo relacionado con el básquetbol.
–¿Cree que habría accedido al nivel de la NBA sin el aprendizaje europeo que inició a los 20 años?
–Considero que en ese momento no estaba listo para la NBA. Quizá si me quedaba en la Liga y seguía mejorando y ganando protagonismo en el Seleccionado, la oportunidad llegaba, pero sin dar el salto de calidad que di yéndome a Italia (transitó dos temporadas en el Viola Reggio Calabria y otras dos en el Kinder Bolonia, consiguiendo un par de Copas, una Liga y una Euroliga). El hecho de competir con jugadores mejores que vos y de un nivel mayor, siempre te hace crecer. Aprendí muchísimo en Europa.
–¿Cuándo tomó real conciencia de que había llegado a la National Basketball Association (debutó el 29 de octubre de 2002 con el triunfo 87-82 de San Antonio Spurs ante Los Angeles Lakers, marcando nada menos que a Kobe Bryant), el soñado Olimpo del aro y la pelota anaranjada?
–Dentro de la NBA me pasó algo similar a lo de la Liga Nacional. Con llegar no me conformaba. Quería quedarme varios años y ser un jugador importante de mi equipo. De esto me di cuenta al iniciar mi segunda temporada, cuando empecé a tener mucho protagonismo en mis primeros juegos.
–¿Ahí se dio cuenta de que, además de cumplir el objetivo de vivir de la profesión que lo apasionaba, era talentoso desarrollándola?
–Tal cual. En 2003/04 mi cabeza se modificó bastante y cambié de objetivo. Ya no me quería quedar con lo mismo de antes, porque había visto lo que era la NBA, y aspiraba a un poco más.
–Para ser bueno dentro de un equipo de elite, ¿hay que serlo antes en lo individual?
–Exacto. Si no, es difícil conseguir el lugar. Podés ser un buen jugador de rol, pero en mi caso la clave fue ser bueno individualmente, aunque adaptándome a las necesidades del equipo.
–¿Con cuánto de genio y cuánto de trabajo logra uno convertirse en un gran jugador?
–Cada historia es distinta. Estoy seguro de que muchos se esforzaron más que yo y no les tocó tener la misma carrera. Otros quizá tenían más talento y potencial, y no supieron adaptarse al nuevo ambiente. Nadie te regala nada y hay que dedicarle tiempo. Igual, tampoco alcanza sólo con eso.
–En los momentos extremos de cualquier partido (ni qué hablar los playoffs), un humano corriente tiembla de sólo observarlo a punto de tirar, por ejemplo, un libre decisivo… ¿Qué piensa usted en esos momentos? ¿Se piensa? ¿Cómo logra no congelarse y dominar el miedo para que no lo nuble?
–Tratás de recordar lo que hacés miles de veces en el entrenamiento y mantenerte lo más tranquilo posible. A mí me resulta más fácil estar dentro de la cancha jugando que mirarlo desde el banco, sea lesionado o sin jugar. Siento que es más sencillo, aunque muchas veces no te salga lo que querés. Lo prefiero a verlo sin poder ayudar al equipo o sin ser un factor en el desenlace del partido.
–A la hora de cotejar en un encuentro o un certamen, ¿existe alguna diferencia entre llevar su querida camiseta 20 de los Spurs y la amada 5 de la Argentina? ¿Es comparable? Un deportista de elite como usted, ¿se olvida del color de la casaca que luce o la tiene presente en todo instante?
–Resulta distinto, pero por el tiempo de preparación. El Seleccionado es un sprint: una carrera corta en la que debés estar aceitado de entrada. La NBA es una maratón: en 100 partidos, si hay altibajos no pasa nada. Podés arrancar lesionado, golpeado, y siempre tenés revancha. Con el Seleccionado fallás una vez y prácticamente se te va el campeonato. Adentro de la cancha resulta similar, porque me gusta jugar. Claro que estar representando a todo un país con jugadores que apreciás tanto guarda un sabor especial. De allí que pueda decir que mis experiencias en los Juegos Olímpicos (participó en tres: Atenas 2004 –oro–, Pekín 2008 –bronce– y Londres 2012 –cuarto puesto–) fueron de lo mejor que me pasó en mi carrera.
–¿Cuán feliz lo hace el básquet?
–Tuve momentos de gran goce, y otros en los que la pasé mal… Pero, definitivamente, los primeros fueron más. ¡El básquet me dio muchísimo! Historias, anécdotas, viajes, lindos momentos.
Por Leonardo Ibáñez. Fotos: AFP y Archivo Atlántida-Televisa.