lunes, noviembre 25, 2024
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Esta es la casa donde Carrascosa cumple prisión domiciliaria…

Alojado por un amigo, el hombre condenado por la muerte de su esposa, pasa sus días en una sencilla casa de un club naútico en Escobar.

El acceso al CUBE no es sencillo. Primero hay que bajar de la Panamericana en Escobar, atravesar el pueblo, luego la zona de quintas conocida como El Cazador y, finalmente, recorrer unos 5 kilómetros de ruta hasta llegar a la entrada, donde también muere el camino. El lugar es, sin dudas, garantía de paz y de aislamiento. Es también, un paraíso natural limitado por arroyos que fluyen hacia el Paraná de las Palmas. Adentro, las calles son de ripio y de tierra. No hay grandes instalaciones ni mansiones escandalosas. No es una isla. No es un exclusivo club. Tampoco es, claro está, la cárcel donde Carlos Carrascosa pasó los últimos cinco años, condenado por el crimen de María Marta García Belsunce, su mujer.

 

El jueves 5 de febrero, previo depósito de 1 millón de pesos, “El Gordo” (como lo llaman sus amigos) dejó la Unidad Penal 41 de Campana rumbo a la casa que le ofreció su amigo Héctor Liñeiro en el Centro Urbano Barrancas de Escobar. El hombre, hoy viudo y jubilado, vive solo en el lugar. Carrascosa y Liñeiro fueron compañeros de colegio y, desde entonces, son grandes amigos. Cuentan los vecinos del CUBE que, mientras la Justicia le negaba la prisión domiciliaria a Carrascosa, a Liñeiro se lo veía “bajoneado y amargado” por la suerte de su amigo.

Carrascosa ya había vivido en su casa mientras esperaba la sentencia que terminó llevándolo a la cárcel por el “homicidio calificado por el vínculo” de María Marta. Allí siempre le creyeron y confiaron en su inocencia. Liñeiro organizaba asados, encuentros con otros amigos del barrio, para aliviar el peso del momento.

Hoy, con Carrascosa beneficiado con la prisión domiciliaria (luego de cumplir los 70 años), la historia se repite. La sencilla casa de una planta (por la que Liñeiro paga $1800 de expensas), techo de chapa y paredes terracota, vuelve a ser su hogar.

A solo 200 metros, el lago manso solo se quiebra por las lanchas que arrastran chicos practicando ski. Pero Carrascosa no llega a verlo, la pulsera electrónica que le recuerda su condena, sólo le permite asomarse al jardín.

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