Emilia Mazer se define como “una laburante”
Tenía 14 años cuando se animó a tocar el timbre más temido: el de la casa de Jorge Luis Borges. Había buscado su dirección en la guía, le explicó -junto a sus compañeras de escuela- que quería entrevistarlo para un trabajo práctico escolar, y Jorge Francisco Isidoro Luis le sonrió. Fueron más de dos horas de deslumbramiento, en un diálogo en el que él habló hasta en antiguo sajón. En 2015, ella compró un PH en Núñez para transformarlo en un estudio de actuación. En la escritura figuraba como heredero su entrevistado. En su honor, abrió las obras completas y le pidió al universo un nombre para bautizar a su escuela actoral. Así nació El Aleph, estudio de Emilia Mazer, que entre sus reliquias guarda el casete con la voz de aquel Borges de entrecasa.
Docente desde hace 25 años, ni la técnica de Stanislavski cala tan hondo en los alumnos como la máxima “mazeriana”: “Se llega a Chacarita sin nada. En el Panteón de Actores no importan el talento ni hay marquesinas”. Emilia lo repite y se emociona. “Nos queda la memoria de los compañeros. Que digan: ‘No cagó a nadie, fue buena persona, se reía mucho, a veces estaba triste y nos dejaba chocolates en el camarín’. Los Martín Fierro, los Oscar o los Carlos quedan en repisas. Las fotos te las puede llevar la inundación. Queda la memoria de la gente”.
Los ojos de Mazer están entre los más verdes de la farándula. Cuando habla de ciertas cuestiones del pasado, se le apagan. Emilia Elena nació en 1965 en el Sanatorio Anchorena y se crió frente a Plaza Lavalle. “Papá era un dandy que estudió en Michigan, y mamá, una abogada que estudió en New Jersey, noble, entera. Peleó mucho por las patentes medicinales argentinas y en una movida descabellada de un laboratorio con intereses extranjeros quedó tan mal que eso le costó una internación psiquiátrica”, cuenta. “Tuve que acompañar esa enfermedad por más de 20 años. Sin recuerdos tristes, es difícil que nazca un artista”.
Nieta del fotógrafo Ascher, un artista que retrató a varios presidentes, Mazer atesora una imagen inédita lograda por él a Eva Perón. Debutó en cine en Los chicos de la guerra, de Bebe Kamin, 34 años atrás. Ganó un Martín Fierro en 1987, vivió en Madrid y en Jerez de La Frontera entre 1990 y 1993 y volvió en 1994 para un potentísimo personaje en Nano, la telenovela protagonizada por Gustavo Bermúdez. Redobló la potencia en Verdad consecuencia y volvió a resplandecer en Mujeres asesinas.
Madre de Uma, de 10 años, Emilia atravesó un arduo camino hasta aquel embarazo a los 42. El día que la piel de su hija tuvo contacto con la piel de ella por primera vez, sintió que la actuación -su prioridad hasta entonces, podía dejar de formar parte de su vida. “Entendí que podría hacer cualquier cosa laboralmente, pero que es ésto lo que sé hacer. Perdí embarazos por trombofilia y por el nivel de estrés traumático que me comía en las grabaciones ante mi propia exigencia. Y cuando decidí iniciar el tratamiento le avisé a mi ex marido que si quedaba no iba a trabajar. Me fui con miedo de no poder reinsertarme”, explica.
“Los tratamientos eran onerosos, casi como comprar un departamento, pero no recurrí al canje. Trataba de tomármelo con calma, porque el médico anterior me había hecho subir al piso 100 del Empire State cuando di positivo. Desde la prensa del instituto lo anunciaban, los periodistas me llamaban, y yo estaba perdiendo un embarazo. Uma, en cambio, se aferró al útero con uñas y dientes”.
Ex alumna de Agustín Alezzo, alguna vez rechazó ser tapa de Playboy y alguna vez intercaló la actuación con la venta de carteras, la enseñanza de inglés, el “volanteo” y los trabajos como barwoman. “A veces siendo conocida me ganaba el mango de otra forma por cuidar mi carrera, por rechazar lo que no me parecía. Un día estaba sirviendo tragos en un boliche de Pinamar y me decían: “¿Vos qué haces aca?’. Pensé: ‘Tanto preguntan… voy a aceptar los papeles que no me cierran, total a la gente no le importa nada… Yo soy tímida. Sigo siéndolo, me cuesta lo social. Como cuando era niña y me creían antipática por ser rubia”.
-¿Sufriste “complejo de rubia”?
–A veces te ven como distante, asquerosa. O creen que las cosas te salen mejor porque tenés dinero y cuentas off shore (se ríe). Y no entienden que sos una actriz nacional. De pendeja, había un chico del club que me gustaba. Y él le comentó a una amiga que yo era muy delicadita y princesa. Me dolió y empecé a actuar de no frágil. (Se ríe). La realidad es que yo no soy frágil, pero tampoco soy fuerte, sino sólida. El que me conoce sabe que tengo una sensibilidad pasada de rosca, extrema.
-”Sensibilidad pasada de rosca”. ¿Podrías ampliar ese concepto?
–Algo que pasa en el otro extremo del mundo me conmociona. Creo que es necesario para un actor eso. Será que vivo conectada. Serán los ambientes en los que me muevo, que tengo una antena.
–Repetís: “Nunca vendí mi alma”. ¿A quién nunca se la vendiste?
–A los periodistas. Recuerdo perfectamente el día que murió mi mamá y recibí cámaras en el velatorio. Reestrenábamos Porteñas, en el Liceo. Salí del velatorio y me sacaban fotos. “Te pido por favor”, le dije a la fotógrafa. Yo no vendí nunca mi felicidad. En el peor día de mi vida, tampoco iba a vender mi tristeza.
–Según el archivo hubo algún otro viejo episodio que te enfrentó con la prensa…
–Me invitaron un romance que me mató. Yo nunca hablé de eso más que para negarlo. No le quise dar trascendencia. Fue algo absolutamente inventado. Lo juro por mi vida. Fue tan creíble cómo lo armaron que ni mi mamá ni mi papá me creían. Decían que salía con Con Federico Luppi…
–¿Y por qué creés que creyeron que existía una relación?
–Fue un representante que lo sostenía… Yo era la actriz joven de ese momento y en un festival de Mar del Plata recortaron a todos los que estábamos en la foto de Hombres de ley y me publicaron abrazada a él. ¡Estudié 10 años teatro, entrené cada día de mi vida, y que publicaran que me acostaba con un actor de la edad de mi padre y que él no saliera a negarlo, me dolió muchísimo! Yo salía a bailar con mis amigas a Palladium, a todas las sacaban a bailar y yo planchaba, porque creían que era la novia de Luppi.
“Derechas”, la obra de Muscari, con Mazer y cía.
–A diferencia de muchos colegas, sostenés firmemente una defensa de la educación pública enviando a tu hija a una escuela pública.
–Fui a un colegio americano solamente en primer y segundo grado, el Columbia School. Doble escolaridad y mi hermano se enfermó del estrés. El pediatra dijo: “Los chicos tienen que jugar”. Pasé a un colegio público. Ese permiso que me dieron me lo tomé para el resto de la vida: jugar. Hoy voy a un acto de mi hija y la veo disfrazada de Macacha Güemes y cantamos el himno y me da orgullo. Soy una actriz argentina y a veces tengo un mango, pero a veces remo en dulce de leche. No le puedo pagar un colegio privado. Ni darle a a mi hija una mamá triste por no poder pagárselo. Además, mi papá me enseñó algo que quiero para mi hija.
–¿Qué?
–“Quiero que te críes con hijos de embajadores y de porteros”. Eso me dio plasticidad. Yo no protagonizo telenovelas, no soy figura mediática. Esta elección es para darle estabilidad a mi hija, para que no crea que podemos darnos ciertas licencias. Mi realidad es como la de cualquier argentino. El glamour lo venden las revistas. Eso no quiere decir que si tengo un mango, no pueda llevar a Disney a mi hija. Pero si no puedo, la llevo al Parque Saavedra.
“Derechas”
Mazer sube a escena en el Regina, en la comedia de José María Muscari. Junto a Cristina Alberó, Katja Alemann, Edda Bustamante, María Fernanda Callejón, Edda Díaz, Paula Morales, Carolina Papaleo, Mimí Pons, Juana Repetto y Calu Rivero. Sábados y domingos (almuerzos 13 horas y merienda 15 horas). Lunes a las 21 (cena). Encarna a Cielito, una chica alcohólica, oprimida por su madre, “a la que le duele hasta lo ajeno”. (Clarín)