viernes, noviembre 22, 2024
Tecnologia

Cómo funciona la inteligencia artificial que ayuda a los escritores con sus novelas

 

 

Robin Sloan, a cuya novela Mr. Penumbra’s 24-Hour Bookstore le fue muy bien en el mercado del libro estadounidense, trabaja en una nueva obra. Esta vez tiene un colaborador: un software que termina las oraciones por él. Es difícil considerar que la inteligencia artificial hará obsoleta la necesidad de escritores, ya que no realizan una tarea mecánica, pero al menos la idea de que un autor lucha a solas contra una página en blanco quedará pronto obsoleta.

El nuevo libro de Sloan no tiene todavía título pero su manera de avanzar en las páginas de una historia ubicada en California, en un futuro cercano donde la naturaleza ha resurgido, pone en evidencia que la tecnología “está a las puertas de redefinir la creatividad”, según describió The New York Times.

Su software, que tampoco tiene nombre, opera por aprendizaje automático para facilitar y ampliar el alcance de sus palabras y su imaginación. “En un plano, simplemente lo ayuda a hacer lo que los escritores novatos han hecho siempre: sumergirse en la obra de aquellos a los que quieren emular“, describió el Times, y dio como ejemplo el caso de Hunter Thompson, profundo admirador de F. Scott Fitzgerald, que copió El gran Gatsby varias veces en su máquina de escribir.

Un escritor, coincidió Sloan, es primero un lector. “He leído una incontable cantidad de libros y palabras a lo largo de los años, que se metieron en mi cabeza y se mezclaron a fuego lento de maneras desconocidas e impredecibles, y de ahí surgieron ciertas cosas”, ilustró. “El resultado no puede ser sino una función de lo que ingresa”.

No es la primera vez que la literatura se interesa por la tecnología. El artículo recordó la historia de Scott French, un consultor de vigilancia electrónica, que utilizó una Mac muy poderosa para imitar las historias cargadas de sexo de Jacqueline Susann. El método fue otro: French escribió reglas codificadas para sugerir qué tipo de interacción podían tener algunos personajes derivados de los libros de Susann. El resultado demoró ocho años y no llegó a las listas de best-sellers, pero probó su punto.

También se mencionó el caso de Botnik Studios, que utilizó un programa para la predicción de textos que generó cuatro páginas de ficción para fans de Harry Potter, no muy articuladas, y el —más serio— del gigante chino Alibaba, que en enero anunció un software que por primera vez superó a los humanos en un examen de lectura y comprensión de textos.

Como curioso y programador aficionado, Sloan compró bases de datos sobre ciencia ficción en las décadas de 1950 y 1960 y luego de mucho ensayo y error, logró que su programa escribiera: “El remolcador movía lentamente las aguas esmeraldas del puerto”. Sintió que quería saber más de esa historia. Lo consideró un éxito.

Luego incorporó otras bases de datos: lo que llama “el corpus californiano”, que incluye textos de John Steinbeck, Dashiell Hammett, Philip K. Dick y Joan Didion entre otros; versos de Johnny Cash; historias orales de Silicon Valley; viejos artículos de la revista Wired; el boletín del Departamento de Vida Marina y Silvestre de California. Esas reservas de palabras crecen y cambian constantemente, lo cual hace que su novela en obra crezca y cambie.

“A diferencia de French hace un cuarto de siglo, Sloan probablemente no usará su colaborador informático como un gancho para la venta del libro terminado”, comparó el artículo “Limita la escritura de la inteligencia artificial en la novela a una computadora de inteligencia artificial, que es un personaje importante, lo cual significa que la mayor parte de la narración será de él. Aunque no tiene apuro por comercializar el software, lo intrigan sus posiblidades”.

¿Qué pasaría, por ejemplo, si se pudiera convertir en un programa que megavendedores como Stephen King o Dan Brown pudieran cargar con sus bases de datos para que los fanáticos hicieran obras al estilo de ellos? Como imitaciones autorizadas, señaló el texto.

A Sloan le parece que el resultado es un poco primitivo todavía como para poder soñar con algo así, pero la ciencia ficción ha abordado la posibilidad ya muchas veces. Entre ellas, Fritz Leiber —recordó el Times— imaginó en 1961 que los escritores entregaban su faena a “molinos de palabras”. En The Silver Eggheads cuenta el proceso y la rebelión de los autores, que cuando destruyeron los molinos de palabras ya no recordaban cómo se escribía.

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