Cacería en el mar: el pesquero ilegal más buscado del mundo
Con la ayuda de dos barcos, la organización ambientalista Sea Shepherd persiguió a la embarcación Thunder durante 110 días; recorrieron más de 18.000 kilómetros en dos mares y tres océanos, hasta capturarla.
Mientras el Thunder zozobra frente a las costas de Nigeria, tres hombres recorren la cubierta reuniendo evidencia de los delitos cometidos por la embarcación, el pesquero de arrastre más infame del mundo, antes de que se lo traguen para siempre las aguas.
En las entrecortadas imágenes capturadas por las cámaras instaladas en sus cascos puede verse a los hombres juntando todo lo que pueden durante 37 minutos: las bitácoras del capitán, una laptop, mapas y un pescado de más de 100 kilos. El video muestra que el depósito de pesca del Thunder estaba lleno en una cuarta parte, y que la sala de máquinas estaba casi sumergida. “Se hunde, no hay manera de frenarlo”, le informan por radio al Bob Barker, la embarcación que los espera en las inmediaciones. No bien logran abandonar la nave, el Thunder desaparece bajo el agua.
Fue el final inesperado de una cacería extraordinaria. Durante 110 días, el Bob Barker y otro buque persiguieron al pesquero tan de cerca que desde cada uno de los tres barcos podían verse hasta los resplandores de los cigarrillos de sus capitanes en medio de la noche. Un juego de gato y ratón de proporciones épicas, en el que los barcos tuvieron que maniobrar entre témpanos de hielo, enfrentaron tormentas ciclónicas, lidiaron con motines y cruces entre tripulaciones rivales, y hasta estuvieron a punto de chocar. Fue la persecución más larga en la historia de un pesquero ilegal.
Las infracciones a escala industrial a las restricciones a la pesca y en las áreas protegidas son la razón principal del agotamiento de las mayores reservas pesqueras del mundo. Como consecuencia, se calcula que desapareció más del 90% de los grandes peces oceánicos, entre ellos, el atún, el marlín y el pez espada. Interpol había emitido una alerta roja para el Thunder, pero ningún gobierno estaba dispuesto a dedicar el personal y los millones de dólares necesarios para capturarlo.
Así que la organización Sea Shepherd tomó la posta, persiguiendo al fugitivo de 202 pies de largo y flancos de acero desde un desolado parche de océano en las aguas antárticas, pasando por todos los puertos donde recalaba, desde donde las tripulaciones podían alertar a las autoridades.
“El negocio de los pesqueros ilegales es pasar inadvertidos”, dice Peter Hammerstedt, capitán del Bob Barker, mientras intenta mantener el curso de su nave entre el oleaje. “Nuestro plan era dejarlos tan expuestos que no tuvieran escapatoria”, agregó.
La historia de la persecución del Thunder hasta su hundimiento, en abril, que puede reconstruirse a partir de las transmisiones de radio, entrevistas, registros náuticos y bitácoras del Bob Barker y el Sam Simon, su compañero de aventuras, deja al descubierto que en alta mar todo parece valer, ya que la legislación benigna y la falta de patrullaje facilitan tanto la persistencia de la criminalidad como la justicia por mano propia.
La pesca ilegal es un negocio mundial que mueve unos 10.000 millones de dólares anuales en ventas y que no para de crecer, ya que las nuevas tecnologías permiten que los pesqueros se adentren en alta mar con gran eficiencia. Y si bien los países, con distinto grado de efectividad, suelen patrullar sus costas, son muy pocos los que patrullan las aguas internacionales, por más que las normativas marítimas de las Naciones Unidas los hace responsables de los pesqueros ilegales que lleven su bandera.
Esa situación da lugar a la intervención de organizaciones como Sea Shepherd, que se describe como un grupo de ecojusticieros que suelen recurrir al lema “Para atrapar a un pirata hace falta otro pirata”, y en cuyos barcos ondea una versión de la bandera de la calavera y los fémures cruzados. Según sus líderes, la cacería del Thunder no sólo tenía como objetivo la protección de especies ictícolas en rápida desaparición, sino también dejar constancia de que las violaciones flagrantes a la ley pueden ser llevadas ante la justicia.
Los expertos en leyes marítimas cuestionan la autoridad legal del grupo para hacer sus actividades, que van desde el corte de redes de pesca y el bloqueo de barcos hasta embestir contra balleneros, pero Sea Shepherd argumenta que esos métodos son imprescindibles. Y algunos funcionarios de Interpol coinciden. “Son rastreadores de fugitivos marítimos”, dijo un agente de Interpol que habló bajo condición de anonimato. “Y consiguen buenos resultados.”
PROHIBICIÓN
El Thunder tenía prohibido pescar en el Antártico desde 2006, pero al pesquero se lo vio repetidamente en la zona en estos últimos años, al punto que en diciembre de 2013 Interpol emitió un boletín detallado en el que lo describe como el barco más infame de los que integraban su lista de alertas rojas y el que más dinero había embolsado por la venta de pesca ilegal: más de 76 millones de dólares en la última década, según estimaciones de la agencia.
La especie más codiciada por el Thunder era la merluza negra, conocida en la industria como el “oro blanco”, ya que en los restaurantes exclusivos de los Estados Unidos sus filetes suelen costar más de 30 dólares el plato.
En diciembre pasado, en su segundo día de surcar las aguas tras el Thunder, el Bob Barker vislumbró a su presa. Primero apareció como una luz roja que parpadeaba sobre la pantalla de un radar normalmente vacía. Avanzaba lentamente, a unos seis nudos de velocidad, hacia una imponente marea de témpanos flotantes del tamaño de edificios.
El capitán Hammerstedt se acercó hasta unos 400 pies del Thunder. Con ayuda de un intérprete, se comunicó por radio con los oficiales del Thunder, en su mayoría españoles y chilenos, y les advirtió que la nave tenía prohibido pescar en esas aguas y que sería detenida.
Desde el Thunder respondieron: “No, no, no. Negativo. Negativo. No tienen autoridad para capturar este barco. No tienen autoridad para capturar este barco. Vamos a seguir navegando, pero no tienen autoridad para capturar este barco. Fuera”.
“Sí, tenemos autoridad”, dijeron desde el Bob Barker. “Informamos de su posición a Interpol y a las autoridades de Australia.”
Desde el pesquero respondieron: “OK. OK. Pueden informar nuestra posición, pero no pueden abordar este barco, no pueden venir a arrestarnos”.
La tripulación del Thunder, que había estado trabajando en la cubierta de popa, desapareció abruptamente en el interior de la nave. El pesquero, que había sido adaptado para otras formas de pesca de aguas profundas, duplicó súbitamente su velocidad y se lanzó a la fuga, con el Bob Barker mordiéndole los talones. Se encontraban en un estrecho del mar Antártico llamado Banco de Banzare, que los hombres de mar conocen como “The Shadowlands”, por contarse entre las aguas más remotas e inhospitalarias del planeta, a casi dos semanas de travesía del puerto importante más cercano.
Esa primera noche de persecución, el 17 de diciembre de 2014, Hammerstedt hizo esta entrada en su bitácora: “El Bob Barker seguirá de cerca al Thunder y mantendrá informada a Interpol de su posición”.
Mientras el Bob Barker perseguía al Thunder, el Sam Simon localizó a otra nave buscada por Interpol, llamada Kanlun y finalmente logró que su capitán desembarcara en Phuket, Tailandia, donde aún permanece la nave. El Sam Simon también ubicó a otro pesquero de merluza negra llamado Yongding, que pronto también fue detenido.
El Thunder, sin embargo, era el premio mayor. Mientras el Bob Barker iniciaba la persecución, la tarea inicial del Sam Simon era quedarse en el Banco de Banzare y recoger los más de 70 kilómetros de red ilegal que el Thunder había dejado abandonada, evidencia para un posible juicio. Recoger las redes era peligroso. La cubierta del Sam Simon estaba resbaladiza, llena de cosas y casi congelada. Los flancos del barco eran bajos, y era fácil caerse por la borda. Abajo, las marmóreas aguas polares eran garantía de muerte; no por ahogamiento, sino por falla cardíaca.
ORIGEN
Construido en 1969 en astilleros de Noruega, el Thunder tuvo muchos nombres a lo largo de los años (Vesturvón, Arctic Ranger, Typhoon I, Kuko y Wuhan N4), y estaba registrado para navegar con bandera de muchos países (Gran Bretaña, las islas Feroe, las Seychelles, Belice, Togo, Mongolia y, más recientemente, Nigeria).
Durante sus meses finales, la tripulación alcanzaba los 40 hombres (30 de ellos indonesios); los oficiales, de origen español, y el capitán, Alfonso R. Cataldo, un chileno de 48 años.
Según consta en algunos registros marítimos, la empresa operadora del Thunder es la panameña Trancoeiro Fishing, pero la propiedad del barco es un misterio envuelto en empresas fachada de las islas Seychelles, Nigeria y Panamá.
Trancoeiro Fishing no respondió la consulta periodística. Contactados a través de familiares, tres de los oficiales del barco se negaron a hacer comentarios, mientras que otros, incluido el capitán, no pudieron ser localizados.
Tras ser visto en el Antártico, el Thunder puso proa al Norte, hacia los Rugientes Bramadores, la peligrosa franja de latitudes 40 y 50 del sur del océano Índico, donde los vientos aulladores alcanzan velocidades de 115 kilómetros por hora y las olas, casi 20 metros de altura.
El capitán Hammerstedt, un sueco de 30 años con cara de nene, era respetado por su tripulación por sus dotes de navegante y su calma ante los problemas. Una década de lucha contra la caza de ballenas los había curtido en feroces tormentas y violentas confrontaciones. Así y todo, cuando se preparaba para perseguir al Thunder hacia el interior de esa vastedad de agua en una zona de bajas presiones, se preocupó.
Durante los siguientes dos días, mientras el Thunder se mantenía firme a pesar del vendaval, el Bob Barker picaba hacia arriba y hacia abajo, inclinándose hasta 40 grados ante el embate de olas de 15 metros de altura. En la cubierta inferior, las violentas oscilaciones del barco hicieron desbordar el combustible de los tanques, y el interior del barco se llenó del humo de los motores diésel. Un barril se desprendió de cubierta e inundó de aceite los camarotes inferiores. La mitad de la tripulación tenía náuseas.
Atravesada la tormenta, los barcos entraron en varios días de silencio de radio. Además de una lucha de voluntades, fue una carrera de resistencia y de combustible. Mientras que el Bob Barker nunca abandonó la persecución del Thunder, el Sam Simon se separó varias veces para reabastecerse.
Cada vez que ambas naves se acercaban lo suficiente como para conectarse a través de una manguera de aprovisionamiento, el Thunder viraba 180 grados y se metía como cuña entre las naves para frustrar el intento.
El 7 de febrero, las tensiones hicieron erupción. Cuando el Thunder arrojó las redes de pesca, Hammerstedt intentó bloquearle el paso. El Thunder respondió cargando contra el Bob Barker. Hammerstedt puso reversa de inmediato, evitando la colisión por menos de un metro.
Al día siguiente, podía verse a los hombres del Thunder preparar sus redes. Se comunicaron por radio con el Barker para avisarles que se proponían pescar. “Si lo hacen, les cortamos las redes”, amenazó Hammerstedt.
Instantes después, cuando el pesquero soltó sus redes, Hammerstedt dio la orden a sus hombres, que comenzaron a cortar las boyas, haciendo que las redes se hundieran.
“¡Se están robando nuestras boyas! ¡Eso es ilegal!”, tronó el capitán Cataldo desde el Thunder.
El Bob Barker respondió que había levantado las boyas porque eran evidencias de un delito.
“Vamos a ir hacia ustedes a recuperar nuestras boyas”, respondió furioso el capitán del Thunder. “¡Las tienen que devolver!” Y a continuación agregó: “Esta guerra la empezaron ustedes”. Convirtiendo al cazador en presa, el Thunder se lanzó a toda máquina sobre el Bob Barker, que logró escapar, mientras su tripulación se deleitaba viendo cómo el pesquero desperdiciaba combustible. Tres horas más tarde, el capitán del Thunder retomó su curso originario.
AYUDA
La llamada de auxilio llegó a las 6.39. “¡Solicitamos auxilio, solicitamos auxilio!”, rogaba por radio el capitán del Thunder. “¡Nos hundimos!” Dijo que el Thunder había chocado con algo, tal vez un barco carguero. “¡Necesitamos ayuda!”
Los activistas de Sea Shepherd estaban desconcertados. Si bien advertían ciertos movimientos extraños en la cubierta del Thunder, no mostraba señales de una colisión. De todos modos, acordaron que el más espacioso Sam Simon recibiera a bordo a la tripulación del pesquero. Chakravarty llamó a una reunión en su puente de mando. “Nos duplican en número. La situación es peligrosa”, les advirtió a sus hombres.
Les dio instrucciones de cambiarse la ropa informal y ponerse los uniformes. Los visitantes debían ser acompañados al ir al baño, habría una guardia permanente de dos hombres desde la cubierta superior, y nadie debía preguntarles nada sobre temas de pesca.
A las 12.46 del 6 de abril pasado, la bitácora del Sam Simon registra lo siguiente sobre el Thunder: “Se está yendo a pique”. Para entonces, la tripulación del pesquero ya estaba a bordo de los botes salvavidas. Mientras tanto, tres tripulantes del Bob Barker subían a bordo del Thunder para intentar rescatar la evidencia.
“Les doy 10 minutos”, les dijo Hammerstedt por radio a sus hombres.
Luego de recuperar carpetas, mapas y computadoras del puente de mando, los hombres se dirigieron a la sala de máquinas y la encontraron casi completamente bajo el agua. Sobre la mesa de la cocina, un pollo a medio descongelar.
A bordo del Sam Simon, los oficiales del Thunder se mostraban hoscos y poco conversadores. “¡Estúpido!”, le gritó uno de ellos al fotógrafo de Sea Shepherd que tomaba imágenes.
Chakravarty se contactó con las autoridades portuarias más cercanas, en Santo Tomé y Príncipe, la diminuta nación insular frente a las costas de África Occidental, y arregló con la policía e Interpol para que los estuvieran esperando.
Al llegar, los oficiales de mando del Thunder fueron arrestados. En julio, tres oficiales fueron acusados de una variedad de cargos, incluidos los de contaminación, negligencia y falsificación.
Pero los funcionarios de Interpol admiten que la pérdida del barco y de la evidencia que se hundió con él, su carga de pesca, las computadoras de a bordo y otros equipos, hacen difícil la presentación de cargos.
Aunque aliviados sabiendo que el Thunder ya no anda suelto, la gente de Sea Shepherd y las autoridades de la ley tienen sospechas sobre el modo en que terminó el Thunder. En las inmediaciones no había ninguna otra embarcación, antes que el pesquero se hundiera, y las escotillas no estaban selladas para impedir el paso del agua, sino abiertas de par en par. Esos indicios sugieren que el barco fue hundido intencionalmente, tal vez para evitar que fuese capturado por la policía en alta mar.
La tripulación del Sam Simon también recuerda otra cosa. Mientras llevaban a tierra a los tripulantes del Thunder, el capitán Cataldo se trepó a una pila de sus redes confiscadas y se acostó a dormir. Pero un segundo antes, cuando el Thunder se hundía definitivamente en las aguas, había levantado el puño y gritado: “¡Viva!”.
Fuente: la nación