Indignación, tras la muerte: Les entregaron el cadáver que no era
En el cementerio El Progreso de Neuquén, una familia denunció que les dieron los restos de un indigente y no el de la abuela. No es el primer caso de cambio de cuerpos que ocurre en dicho lugar.
El empleado del cementerio recibió a los familiares y les mostró una bolsa negra y precintada. El silencio y la angustia se palpaban en el ambiente del crematorio, destino final de miles de cadáveres para que sean convertidos en cenizas.
El hombre abrió la bolsa y comenzó a retirar huesos para colocarlos en una urna y de esa manera, entregárselos a los familiares, como venían reclamando desde hace tiempo. Es que, por error, el cadáver de la abuela había sido confundido con el de un indigente y, tal como establece la ordenanza, cumplidos cinco años tiene que ser cremado.
La familia se dio cuenta de la tremenda confusión durante una visita al cementerio El Progreso. Cuando llegaron para ver la tumba advirtieron que el sepulcro había desaparecido junto a todas las pertenencias y objetos que lo adornaban, informó La mañana de Neuquén.
Después de muchos reclamos, trámites administrativos y explicaciones para convencer a las autoridades de que no se trataba de una persona indigente sino de un familiar directo, habían acordado retirar los restos del Cementerio Central, donde supuestamente había ido a parar el cuerpo por aquel error.
El trámite que se estaba por cumplir en horas de la mañana del jueves era la antesala del último viaje que realizaría la familia hacia Chile, el lugar de nacimiento de la nona. Después de todo lo que había pasado, la familia no quería saber nada más con dejar los restos en Neuquén y creía que lo mejor sería que descansaran en su tierra natal.
El empleado siguió retirando los huesos uno por uno y los fue colocando en la urna, hasta que uno de los familiares se dio cuenta. “Esa no es la abuela“, dijo.
No tenía dientes
Si había algo que caracterizaba a la anciana es que a los 95, cuando murió, no tenía un solo diente y siempre había rechazado la posibilidad de que le colocaran una prótesis o un implante.
Uno de los maxilares que estaban por colocar en la urna tenía la dentadura completa y, si faltaba algo para convencerse de que era otra persona, el cráneo lucía una cabellera rubia con un tono casi rojizo y en el cuello había un pañuelo enroscado al estilo gaucho con un broche de plata y un caballo grabado. Definitivamente, no era la abuela. Ella tenía el pelo bien blanco y cortito y nunca usaba atuendos paisanos. Aquel cadáver tenía la apariencia de un hombre.
Entre la tristeza y la indignación, los familiares hicieron una vez más el reclamo. Entre los parientes estaba el hijo de esta mujer, un hombre de 75 años, que no aguantó la emoción y derramó lágrimas de tristeza y espanto al presenciar aquel terrible momento.
Quienes todavía tenían fuerzas para sobrellevar la situación le explicaron al empleado que esos restos no eran de su familiar y firmaron un documento rechazando la entrega.
Solicitaron además que a esos huesos se les haga un examen de ADN para que quede constancia de que no pertenecen a la abuela y que corresponden a otra persona.
Según los familiares, las autoridades del cementerio no saben con certeza qué fue lo que realmente pasó porque ni siquiera coinciden las fechas en las que supuestamente dicen que exhumaron el cadáver. Aseguran que una de esas fechas es la del 31 de agosto, lo que es algo imposible porque ese día cumplía años la abuela, todos fueron al cementerio a llevarle flores y no había nada irregular alrededor de la tumba.
Confusión
Los empleados ensayaron otra explicación: tal vez se equivocaron en la cooperativa CALF, institución que organizó el sepelio. Pero tampoco era posible: a la abuela la velaron a cajón abierto y todos sus seres queridos que la despidieron vieron que era ella.
“Lo peor de todo es que ahora hay un cadáver que no es el nuestro; es el del señor de pañuelo con el broche del caballo, que tal vez tenga una familia“, lamentó Leticia, una familiar.
Se retiraron del cementerio central confundidos y acongojados, hundidos en un mar de dudas y desesperanza. Tienen miedo que la hayan cremado. Y si no hubiera sido así, quieren que alguien les diga de una buena vez dónde está la abuela.