viernes, noviembre 22, 2024
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Intimidades del turbulento final de Lavagna en el gobierno de Kirchner

En el flamante libro “Construyendo la oportunidad”, el ex ministro narra por primera vez los entretelones de su repentina salida del gabinete presidencial tras liderar la exitosa recuperación económica del país. 

El lunes por la mañana, después del fin de semana en Cariló, Leo Costantino recibió una llamada de Presidencia para una reunión mía con Kirchner a las 9. Se comunicó conmigo, en viaje –yo había salido en auto rumbo a Buenos Aires a las 6:30– y le pedí que trasmitiera que llegaría más tarde y que podía estar en Casa Rosada después de las 11, más cerca del mediodía. El secretario de Kirchner, luego de consultar, dijo que él tenía compromisos, pero minutos después llamó dando el OK: lo más temprano posible, a partir de las 11.

No bien llegué, le avisaron, y al instante salió del despacho quien estaba con el Presidente, Sebastián Eskenazi (futuro accionista –y luego ex accionista– puesto “a dedo” de YPF), con quien nos saludamos mientras nos cruzábamos. Kirchner, en la puerta, estaba serio y evidentemente tenso. Empezó el diálogo, que yo transcribí, lo más fielmente posible, en cuanto llegué al Ministerio de Economía.

NK: –Roberto, creo que hay una etapa que está terminada. Hay cambios que quiero hacer.

RL: (como algo natural y absolutamente esperado): –Estoy totalmente de acuerdo, hay una etapa terminada. Como siempre te dije, conmigo no habría problemas, en unos minutos cruzo y pongo el cargo a tu disposición.

NK (más aliviado, pero también sorprendido por mi rápida respuesta): –No te puedo dar el nombre del sucesor porque no hablé. Estaba esperando primero hacerlo con vos, pero te adelanto que es amigo. Estarás de acuerdo.

RL (sin preguntar por el nombre): –De acuerdo. Sobre los procedimientos, en cuanto me avises, yo llamo a mi equipo para comunicarles y, si estás de acuerdo, doy una breve conferencia de prensa de despedida a eso de las 4 o 5 de la tarde. Sobre el traspaso en sí, vos dirás si querés que esté presente o no.

NK: –No solo yo espero que estés presente, sino que vos vas a querer estar, porque es amigo. Sobre el resto estoy de acuerdo.

Allí empezó la explicación que yo no había pedido. Era su derecho, como presidente, elegir a los colaboradores.

NK: –Tu ida a IDEA (coloquio del jueves y viernes previos) para mí fue una decepción, porque sabías que no quería que nadie fuera.

RL: –Un ministro que no tiene autonomía no es ministro. Comprendo que mi perfil no se corresponde con el tipo de perfil de ministro que te gusta para la nueva etapa.

NK: –Además, esto vino sobre una decepción más grande, que fue tu no participación en la campaña electoral.

RL: –Sin que esto sea una justificación, lo real es que mi participación positiva pasó por mantener resultados económicos que todos reconocen como excepcionales. A tal punto que la economía o no apareció en la campaña o apareció de manera positiva, sin críticas.

NK: –Cristina y yo nos jugábamos la vida en esta elección. Hasta ahora gobernábamos juntos, porque tu presencia había sido fundamental para ganar en 2003. Ahora gané yo. Vos no quisiste participar.

RL: –Te comprendo, pero el tono hiperagresivo del inicio de campaña (alusión a la definición de “padrino” a Duhalde) era inaceptable para mí. Hubiera sido indigno que yo par ticipara y te lo adver tí. No lo hice con Alfonsín, a pesar de haber tenido razón en lo que dije al irme (alusión al “festival de bonos” de endeudamiento en 1987), no lo hice con Duhalde y, el día de mañana, si las circunstancias se dan, no lo haré tampoco con vos.

“UN MINISTRO QUE NO TIENE AUTONOMÍA NO ES MINISTRO”.

Hasta aquí lo ocurrido, objetivamente. En un marco especulativo, creo que Néstor Kirchner quedó muy sorprendido por mi rápida respuesta a su frase inicial. Los dos estábamos de acuerdo en que una etapa había concluido. Es posible, muy posible, aunque no lo puedo asegurar, que esperara alguna explicación, justificación, algún intento de negociación de mi parte para permanecer en el Ministerio. Pero la taba estaba echada.

Cuando le conté a Claudine, mi mujer, el tono y contenido de la charla, con gran sentido común me dijo: “Ninguno de los dos podía retroceder”. Es cierto, no podíamos. ¿Queríamos? Creo que Kirchner quería disfrutar de “su” gobierno. Las “cajas” estaban llenas. Quería tomar el atajo. Yo quería asegurar la continuidad y la sustentabilidad de lo que habíamos construido y creía que había que tomar el camino largo, que era, en mi visión, el único que llega al futuro y a un futuro mejor. Por eso creo que, más allá de “poder” o no negociar, una mezcla de razonamiento y de inconsciente, ese híbrido con que los seres humanos tomamos las decisiones, nos conducía a “no querer”. Es posible que, si hubiéramos “querido” negociar, ambos habríamos parado antes en las acciones que nos llevaron al “no poder” en esa reunión final.

En lo objetivable, efectivamente no podíamos negociar. Si yo lo hubiera hecho, habría sido un ministro sin poder, todo lo contrario de lo que había ocurrido desde abril de 2002, en que, como Kirchner mismo dijo, teníamos una especie de cogobierno. Por otro lado, si Kirchner hubiera abierto una puerta negociadora, él habría perdido poder. Un escenario en el que los dos quedáramos satisfechos era, a esa altura, impensable. Nuestros respectivos caracteres y una diferente visión de lo que es el cómo y el para qué del ejercicio del poder lo hacían imposible.

La situación había cambiado objetivamente después de las elecciones de finales de 2005. Lucas Llach dijo, en una columna de La Nación de junio de 2012:

En el primer trimestre previo a que Néstor Kirchner asumiera el gobierno, hace nueve años casi exactos, la economía estaba creciendo al 13% anual y la inflación era del 1% también en tasa anual. Hoy (referencia a 2012) no conocemos los números respectivos con precisión, pero son algo parecido al 0% (el crecimiento) y al 23% (la inflación).

Jorge Fernández Díaz, por su parte, escribió:

La llegada de los Kirchner al gobierno, una vez conjurados los temores por la gobernabilidad de los tres primeros años (cuando se sentían más cerca de las ideas desarrollistas que del chavismo), actuó como una progresiva pero intensa reactivación de nuestra enfermedad crónica.

Con solo 22% de los votos y un segundo lugar, y con el peso que la economía había tenido en esos resultados, la relación de fuerzas entre el Presidente y el ministro de Economía era bien diferente. Infobae, en un análisis de esos años, decía expresamente, en referencia a mí y al Ministerio de Economía: “Adquirió una autonomía que redundó en un ‘doble comando’ con Néstor Kirchner”. O el Financial Times: “Lavagna fue el único ministro capaz de enfrentarse a Kirchner”.

“LAS CAJAS ESTABA LLENAS Y KIRCHNER QUERÍA TOMAR EL ATAJO. YO QUERÍA ASEGURAR LA CONTINUIDAD Y LA SUSTENTABILIDAD DE LO QUE HABÍAMOS CONSTRUIDO”.

Esa realidad había cambiado. El final solo podía ser lo que fue. Rápidamente redacté una nota (que más tarde fue pública) en la que no “renuncié”, sino que “puse a disposición” del Presidente el cargo de acuerdo con su pedido.

En un país donde muchos abandonan y se van, yo no quería hacer lo mismo. Salí del gobierno porque el Presidente lo pidió, más allá de que, con mi marcada independencia, yo también hubiera creado condiciones para que Kirchner sintiera que había una etapa que terminaba. Ya desde la fallida Cumbre de Mar del Plata era para mí evidente que, fruto de las elecciones, había un cambio de fondo. La nota al Presidente terminaba con: “…ansío que tenga toda la inspiración para luchar como lo hemos hecho por un futuro mejor. La oportunidad está al alcance de los argentinos y esta vez no debemos dejarla pasar”.

Poco después, me llamó Kirchner para decirme que Felisa Miceli sería el remplazo y que ella me llamaría, cosa que ocurrió minutos después. La felicité y quedamos en reunirnos a la tarde, luego de que yo hablara con mis secretarios y la totalidad del equipo. Entre tanto, Alberto Fernández hizo el anuncio público.

Las sucesivas reuniones y la gran reunión final de saludo fueron particularmente cálidas. Algunos viejos conocedores de estas lides dijeron que fue una salida sin precedentes en, por lo menos, 30 años. Estuvo el equipo inicial (2002): Guillermo Nielsen, Eduardo Pérez, Alber to Coto, Leo Madcur, Sebastián Palla, Alber to Abad, Leo Costantino, Victorio Carpintieri, Armando Torres, Alberto Dumont, Federico Poli y todos los secretarios, subsecretarios y directores. Alguno de los presentes, como Nielsen, venía proponiendo desde el final de la reestructuración de la deuda que nos fuéramos. Todos reconocieron que era un buen momento. Si nos quedábamos, no íbamos a poder hacer nuestro programa. También hombres como Miguel Peirano, Carlos Mosse, Miguel Campos y Sebastián Katz, que formaron parte del núcleo de la segunda etapa y que comprendieron la situación.

Destaco especialmente la presencia espontánea de personal de distintos sectores del Ministerio, al que luego estreché las manos. No había tristeza. Al revés, creo que todos sentíamos, igual que NK –aunque por razones distintas–, que “esta etapa está terminada”.

“Construyendo la oportunidad. Cómo aprender del pasado para pensar el futuro”, de Roberto Lavagna (Sudamericana)

Fuente: Infobae.com

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