viernes, noviembre 22, 2024
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“Dicen que esta ciudad es mufa y gorila, pero también depende de qué hagamos con nuestro entorno”

Con una exquisita sensibilidad, Mario Ortiz indaga en su libro “Tratado de Iconogénisis” sobre objetos y monumentos de la ciudad de Bahía Blanca, donde nació y vive desde hace 55 años, convencido de que la mirada reparadora y exploratoria devuelve a la realidad nuevos sentidos e invita al descubrimiento de historias y códigos que el tiempo borró y merecen ser revisitados.

Desde la más pura imaginación y creatividad en la que combina literatura con observación científica, Ortiz trabaja en el volumen XI de sus Cuadernos de Lengua y Literatura, publicado por Leteo, con la convicción de que “es posible reparar en algo para curarlo, devolverlo a una nueva posibilidad de vida, aunque sea imaginaria”.

Profesor de Letras, e investigador universitario en ensayística argentina e historia regional, Ortiz explica a Télam que su materia prima son ciertos objetos generadores de imágenes, cargados de historias e inspiradores de nuevos relatos.

Uno de esos objetos motivadores para el escritor fue una enorme rosa de los vientos ubicada en la Plaza Rivadavia de su ciudad, debajo de la cual yacen los cadáveres de indígenas asesinados en el 1800. Con ella trabajó en el sentido político, y las posibilidades poéticas que ofrecen las letras de los signos cardinales y sus derivas.

– Télam: La publicación de una obra bajo el nombre de “Cuadernos” denota la idea de algo inconcluso o en construcción. ¿De dónde surgió esa idea y qué escritores influyeron en la forma de concebir la escritura?

– Mario Ortiz: La idea de la serialización siempre me pareció productiva y cargada de posibilidades. Por supuesto, viene a la mente Ezra Pound, autor de una obra virtualmente infinita; cantos y más cantos que se van sumando a lo largo de toda la vida. Pero también tuve como referencia a Bach: muchas de sus composiciones no son propiamente obras cerradas sino ejercicios.

Cuando descubrí el concepto de “El clave bien temperado” entendí que ese era uno de los modelos de los cuadernos. Música para practicar, para disfrutar, para investigar. Bach es un maestro. Yo no soy un maestro, sino el alumno que practica o, mejor aún, que escribe para practicar la propia escritura, la mirada, el pensamiento. Y en el caso del volumen XI, por primera vez esos cuadernos se vuelven literalmente, hacia el final, un cuaderno anillado con escritura a mano y dibujitos pintados con lápices de colores. No fue una extravagancia filovanguardista, sino una necesidad muy concreta de volcar sobre la página determinadas formas e imágenes para las cuales el Word me resultaba una herramienta tosca.

Los primeros dos tomos de la serie tenían un carácter inorgánico: el típico formato de una antología de poemas sueltos más o menos articulados en una serie. Al pensarlos en términos de “cuadernos”, me permitía una modalidad de trabajo abierta: temas que se prolongan de un volumen a otro, autorreferencias explícitas como hipótesis o datos que se van sumando a lo largo de la investigación.

– T: Este trabajo revela tu gusto o predisposición por la observación de objetos o ámbitos de una ciudad que para otros pueden pasar inadvertidos. ¿Por qué un televisor abandonado llamó tu atención?

– M.O: Ese televisor abandonado reveló en su momento un altísimo poder iconogenético, es decir, “generador de imágenes”. En Bahía Blanca encontré otros objetos de ese tipo: un puente de adorno bajo el que no pasa agua en el Parque de Mayo, un extrañísimo monumento que tiene un mapa de la Argentina moldeado en cemento y las provincias pintadas en distintos colores. Objetos de este tipo están en todos lados, no sólo en Bahía Blanca. Cada persona en su ciudad sólo debe salir y descubrirlos. ¿Pero cómo? Bueno, como podrás suponer, ese poder iconogenético está en la cosa, chirimbolo, artefacto, cusifai, pendorcho, pero en realidad está esencialmente en la persona. Algo ocurre en alguien cuando se encuentra con eso que le sale a la vista. El caminante debe interrogar, y por cierto el objeto responde: habla de su vida, de su destrucción, evoca mundos imaginarios, procesos económicos, historias de vida cotidiana.

– T: En tu obra se conjugan lo literario y lo científico. ¿De qué manera surgió en vos la inclinación hacia las lecturas y autores relacionados con la ciencia que dieron por resultado lo que llamás ‘surrealidad chatarrera’?

– M.O: Ese cruce puede obedecer a gustos, preferencias u obsesiones desde la niñez, cuando uno imaginaba instalar un laboratorio con supercomputadoras capaces de transmitir rayos cósmicos y otras huevadas. Pero en lo esencial, considero que es desastroso cuando se separan dos órdenes que escinden al hombre: el sentimiento y la razón. De un modo muy esquemático, podríamos decir que para la Ilustración el ser humano es ante todo un cerebro que razona y, como reacción, para el Romanticismo el ser humano es un corazón que siente. Intuición versus cálculo; espíritu o materia (pero no ambos al mismo tiempo); demostración científica o fe como opuestos irreconciliables. ¿Por qué estos órdenes deben estar separados? La consecuencias están a la vista: el subjetivismo absoluto que proclama “el yo” para el cual lo único que importa es lo que siente y sus “vibraciones internas”.

– T: Hablás de reparar lo roto o lo viejo. ¿Cómo se aborda la literatura o la escritura como reparación de una realidad tangible?

– M.O: El verbo griego τραυματίζω (que se pronuncia “traumatizo”) significa “herir”. La rotura de un objeto es un trauma; una fractura en los huesos es un traumatismo; la memoria carga con heridas que son traumáticas. O sea que la etimología nos habilita para pensar en la conexión de distintos planos de lo real. Si a través del lenguaje se pueden vincular esos distintos órdenes, entonces es posible reparar en algo (descubrirlo) para repararlo, curarlo, devolverlo a una nueva posibilidad de vida aunque sea imaginaria, sabiendo que el objeto nunca está solo, que el ser humano está detrás de él.

– T: La mirada reparadora también implica una postura política. En qué medida la dimensión política y la idea de construcción colectiva de la que hablás acompañó esta obra?

– M.O: Se trata de algo político en el sentido más amplio originario del término que deriva de polis, la ciudad, lo comunitario. Un televisor arrojado en la vía pública, las vías del ferrocarril, el monumento a Rivadavia en la Plaza Ibídem que es un tótem y altar gigantesco consagrado a la República Liberal donde se oficiaban los modernos misterios de Mitre.

La rosa de los vientos que está en la misma plaza es una posibilidad política e imaginaria de transformar esa pesantez marmórea, desfijarla, cuestionarla, sobre todo teniendo en cuenta que bajo esas losas hieráticas subyace el horror de la represión al último malón a Bahía Blanca el 19 de mayo de 1859. El comandante de la fortaleza mandó apilar los cadáveres de los aborígenes y prenderles fuego.

Incluso diré más: esa rosa de los vientos gira a toda velocidad y al hacerlo arrastra consigo todos los objetos a su alrededor. En un esquema que dibujé dentro del cuaderno se muestra de qué modo el pan de una panadería cercana a la plaza es absorbido por la corriente convectiva y al pasar por los pétalos de la rosa se proyecta hacia la Catedral donde el pan deja de ser pan y se convierte en Cuerpo y Sangre de Cristo, un milagro cotidiano que ya nadie valora ni tiene en cuenta y es una manifestación poética-amorosa sublime.

– T: Volviendo a la ciencia y la poesía ¿Cómo la trigonometría pueden hacer contacto en tu imaginación para dar como resultado un poema o una narración lírica?

– M.O: Es el propio objeto el que habilita posibilidades imprevistas. Hay que estar atentos a lo real, a los lenguajes encriptados que permanecen inaudibles y reclaman una posibilidad de hacerse oír. Esa trigonometría es un diálogo entre lo que el objeto propone y lo que la cabeza de uno responde, o al revés. Caminar por la ciudad supone una enunciación peatonal por la puesta en acto del sistema sintáctico urbano (Michel de Certeau).

– T: Bahía Blanca es el territorio o campo de investigación. ¿Cómo te llevás con la ciudad donde vivís? ¿Qué cuestiones te inspiran de esa ciudad que te llevan a indagar y escribir?

– M.O: Bahía Blanca es el territorio de investigación, pero no por favorecer un localismo barato, sino porque es el lugar que habito desde siempre, donde están enterrados mis padres, donde nació mi familia, donde me eduqué y educo. Es lo inevitable y lo deseable; es el compromiso que uno adquiere con el entorno. Dicen que esta ciudad es “mufa” y “gorila”. Puede ser. Pero también depende de qué hagamos nosotros con nuestro entorno. Por eso, en el principio del libro, recojo una anécdota que tuve con una estudiante de letras santiagueña. Ella me reveló que los poetas de su tierra decían: “Como en Santiago del Estero no tenemos nada, hay que crearlo desde la poesía”. ¿No es maravilloso?

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