Isabel Perón cumple 90 años
Casi no sale a la calle. Hace años que su vida transcurre en el interior de un chalet de tres plantas en un barrio cerrado, rodeado de sierras, a 30 kilómetros de Madrid. María Estela Martínez de Perón, Isabelita, cumple este jueves 90 años en el lugar que eligió para el retiro de la actividad pública, rodeada de recuerdos que considera “demasiado dolorosos” y casi sin contacto con el país que le tocó presidir durante 632 días de violencia y caos económico, entre el 1° de julio de 1974, cuando murió su marido, y el golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Unos pocos amigos fieles la llaman a menudo y se preocupan por su estado de salud, frágil desde que hace más de una década sufrió una fractura de cadera y empezó una sucesión penosa de tratamientos y achaques. Cuentan quienes aún tratan a la última esposa de Juan Domingo Perón que ocupa el tiempo leyendo y bajando a un cuaderno ideas y memorias que no comparte con nadie.
Aunque ya no se deja ver por la iglesia de Villanueva de la Cañada, el pueblo donde reside, los últimos años renovó su fervor religioso. Ha comentado entre sus afectos su afinidad con la mirada del Papa Francisco, cuyas encíclicas dijo haber leído en detalle.
La casa donde vive Isabel Perón, en Villanueva de la Cañada, a 30 kilómetros de Madrid
A la Argentina no viene desde 1994, cuando Carlos Menem la invitó por última vez. Nunca más volvió a sugerir la idea de radicarse otra vez en el país del que salió al exilio en 1981, después de los cinco años de encierro que le impuso la dictadura. Siente fobia por la política, cuentan en su entorno. Su principal vínculo con la tierra en que nació -donde vivió menos de un tercio de sus días- es su sobrina y ahijada, Estela Ferreiro. Todos sus hermanos han fallecido ya.
A través de Ferreiro, envió en noviembre pasado un mensaje de audio para la cúpula de la CGT, que decidió rescatarla del olvido al que la relegó el peronismo y hacerle un homenaje público en el emblemático Salón Felipe Vallese. Fue en ocasión de la presentación de una biografía escrita por Diego Mazzieri (“María Estela Martínez, por siempre de Perón”).
“Quiero que mi sobrina hable en mi nombre, tienen que hacer de cuenta que soy yo la que está ahí“, se la oyó decir en el evento, encabezado por el sindicalista de los judiciales Julio Piumato, en el que además se instaló una placa en homenaje de la expresidenta. “Hagan llegar mis saludos y mis recuerdos más entrañables a la CGT“, añadió, después de elogiar el libro en cuestión y emocionarse al nombrar al Papa.
En el sindicalismo es donde más se la reivindica. Ella retribuye ese afecto a los viejos dirigentes que cada tanto le escriben o le dejan mensajes. Por ejemplo se vio cuando publicó un aviso fúnebre por la muerte de Gerónimo “Momo” Venegas.
Del escenario al poder
María Estela Martínez Cartas nació en La Rioja en 1931. Era la menor de seis hermanos. Su padre murió cuando ella tenía siete años y fue entonces cuando la enviaron a Buenos Aires, al cuidado de una familia cercana a su madre. No estudió más allá del quinto grado de la primaria y durante su adolescencia aprendió danzas y piano.
Salió de la Argentina por primera vez con 20 años, cuando se unió a una compañía de baile que recorría clubes nocturnos de América Latina con el nombre artístico de Isabelita.
A Perón lo conoció en Panamá a finales de 1955, poco después de que el general fue derrocado y deambulaba en el exilio en busca de una base definitiva desde donde rearmar su proyecto de poder.
Isabelita, de casi 25 años, se convirtió en pareja del expresidente, que le llevaba 36 años, y lo acompañó hasta su muerte. Estuvo con él en Panamá, Venezuela y República Dominicana hasta recalar en Madrid, donde se convirtió oficialmente en la tercera esposa de Perón en 1961 (después de Aurelia Tizón y Eva Duarte, ambas fallecidas de cáncer).
Durante la década del 60, se estrenó en la política como cabeza de misiones en nombre del proscripto Perón, que la nombró su delegada. En esa función viajó en 1965 y permaneció en el país durante ocho meses. Una tarde de 1966 conoció en Buenos Aires al policía José López Rega, con quien conectó rápidamente por su pasión compartida por el esoterismo y el ocultismo. Le ofreció volver a Madrid con ella y convertirse en secretario privado del matrimonio.
Isabel y López Rega integraron el círculo íntimo de Perón en la residencia de Puerta de Hierro, desde donde el general conducía su movimiento político con la intención de regresar al poder.
López Rega, Perón y su esposa, en una imagen de 1973
Después del triunfo y la renuncia precipitada de Héctor Cámpora en 1973, ya sin proscripciones, Perón se presentó a la presidencia por tercera vez y eligió a su esposa como compañera de fórmula. Así, María Estela Martínez resultó elegida vicepresidenta con el 62% de los votos.
A la muerte de Perón, tomó posesión del cargo el 2 de julio de 1974. Por primera vez una mujer llegaba al sillón de Rivadavia. Su breve mandato estuvo marcado por la creciente violencia política (con la Triple A de López Rega como uno de los actores centrales), el descontrol de las variables económicas, que explotaron después del denominado “Rodrigazo”, y los problemas de salud de la propia presidenta, que se tomó licencia el 13 de septiembre de 1975 por algo más de un mes.
En 1975 Isabel Perón da un discurso desde el balcón de la Casa Rosada
Golpe y detención
El golpe del 24 de marzo significó el fin de su gobierno y también de su libertad. Los militares la detuvieron en la Casa Rosada, desde donde salió en helicóptero. La alojaron en la residencia El Messidor, en Neuquén. Poco después, por decisión del almirante Emilio Massera, la trasladaron al Arsenal Naval de Azul.
Su encarcelamiento duró hasta el 9 de julio de 1981, cuando se le permitió partir hacia el exilio. Otra vez Madrid: se instaló en la residencia de Puerta de Hierro. Tiempo después la vendió y se mudó al centro de Madrid. Durante la campaña para las elecciones de 1983 y en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín siguió ligada al Partido Justicialista. Mantuvo reuniones e influencia, viajó en alguna ocasión al país y negoció con el líder radical, primero, y con Menem después una indemnización por el trato sufrido durante la dictadura.
Isabel Perón, con Raúl Alfonsín, en un encuentro en la Casa Rosada, de 1985
La casa donde vive actualmente -300 metros cuadrados construidos y un parque amplio de fondo- la compró después de cobrar ese resarcimiento del Estado por los bienes familiares decomisados durante la dictadura. Fueron casi 4 millones de dólares. Además, la Anses le paga una pensión vitalicia como expresidenta: el año pasado eran 140.000 pesos al mes. Siempre se guardó como un secreto de Estado con qué dinero se mantenía realmente. La herencia de Perón -o al menos una parte de ella- sigue en litigio en un juzgado de Madrid, donde la ex presidenta pugnó durante más de una década con una fundación creada por Mario Rotundo, fallecido exsecretario del general.
Isabel Perón, paseando por Madrid, a finales del año 2000, antes de entrar en la etapa de encierro casi total
En la capital española Isabel Perón mantuvo en los ochenta y los noventa una discreta vida social a medida que se olvidaba de la política argentina. Se codeó con personajes ligados a la aristocracia y a la familia real. Su tranquilidad se rompió a causa del proceso que enfrentó en 2007, cuando la Justicia argentina pidió su extradición por crímenes de lesa humanidad cometidos por la Triple A durante su gobierno.
Durante meses le tocó ir y venir de los tribunales de Madrid, como parte del trato para mantener el beneficio de la libertad. En esos días sufrió un accidente casero que le provocó una fractura en un brazo y una lesión delicada en la cadera. Estuvo hospitalizada. Pasó semanas en silla de ruedas. Y le dejó secuelas permanentes a la hora de caminar.
El Tribunal Superior de España falló en su favor con argumentos lapidarios contra los jueces argentinos -Norberto Oyarbide y Héctor Acosta- que habían intentado detenerla. Pero la fobia que desarrolló en esos días, sumada a los problemas físicos, acentuó su tendencia al aislamiento. Vive con una asistenta de nombre Gloria y tiene a disposición un chofer (y custodia) para las contadas veces que necesita salir del domicilio.
Quienes la tratan periódicamente sostienen en que su decisión de tomar distancia de la política es definitiva. No recibe a periodistas ni a dirigentes políticos. Como mucho envía cartas o mensajes de audio a (los pocos) que reivindican su legado. (La Nación)