viernes, noviembre 22, 2024
Espectáculos

Murió Manolo Juárez, un referente de la música popular argentina

En el mediodía de este sábado falleció el pianista, compositor y docente Manolo Juárez, un referente de la música popular argentina. Tenía 83 años. El músico llevaba un mes internado. Según informaron amigos cercanos, “en su último momento pidió escuchar Chopin. Estuvo acompañado de sus hijos Mora y Pablo, quienes le sostuvieron la mano hasta su último aliento”. Falleció el día en que se recuerda la partida de otro gran músico, los 25 años de la muerte de Osvaldo Pugliese.

El 25 de junio último, Manolo Juárez había sido internado en el hospital Favaloro por una descompensación. Dos semanas después su familia informó mediante un comunicado que, luego de varios estudios, se le encontró una dificultad severa cardíaca y se lo intervino para colocarle un cardiodesfibrilador. Una semana después se le realizó un hisopado y el diagnóstico de Covid-19 resultó positivo, pero asintomático. Por las arritmias cardíacas tuvo que ser trasladado varias veces desde una habitación común hasta la sala de terapia intensiva.

Nacido en la capital cordobesa el 22 de abril de 1937, Manolo Juárez tuvo una sólida formación académica que, de algún modo, le sirvió de base para el trabajo que luego realizó en la música popular, especialmente la de raíz folclórica, aunque sin hacer fusiones de lenguajes. Fue, luego de la aparición de otro pianista, Eduardo Lagos, un gran referente de lo que se conoció como proyección folclórica. Escucharlo improvisar su “Chacarera sin segunda” o -sentado a su piano eléctrico en una pequeña sala o a un teclado de concierto en el Teatro Colón- un tema tan clásico como la “Zamba de mi esperanza” fue un gusto que solo se pudieron dar quienes fueron un poco más allá de lo que se escuchaba en la radio. Además, aquello resultó una síntesis perfecta de la avidez de un músico por viajar más allá de los compases establecidos en una zamba o en una chacarera, sin privar al público de alguna melodía inolvidable, ya atesorada en el cancionero folclórico.

Elegante y sutil con su música, pero sumamente extravertido con su voz, Manolo siempre tuvo un modo bastante frontal, para nada condescendiente, de decir las cosas. Siempre tenía una salida para cada situación, muchas veces insospechada o políticamente incorrecta. Transparente, nunca disimuló sus ideas. Y respaldó muchos de sus dichos y posiciones, especialmente frente a la cultura popular, con su propia música.

Fue ácido con su humor en la misma medida que lo era con su enojo. Como cuando hablaba de la sordera de los que “comercian con lo más bajo de los estamentos populares intoxicando al pueblo con mercadería en mal estado. El pueblo no se merece eso -arremetía-. Aunque a la larga toma venganza con el canto popular. Con un tema como «Balderrama», que no es anónimo, pero es casi como si lo fuera. Yo le decía al Cuchi [Leguizamón] que de tan popular él se había convertido en una especie de autor anónimo, que es lo más grande que le podés decir a un autor. Y sí, el pueblo se venga“, podía decir en una de las siempre interesantes charlas que se mantenían con él.

También decía: “Yo soy tocador de piano, pianista era Salgán“. Aunque educación para ello nunca le faltó. En la formalidad de su currículum se verá que Manolo estudió piano con Ruwin Erlich, teoría musical con Jacobo Ficher, composición con Horacio Sicardi y Guillermo Graetzer. Y en Italia con Doménico Guáccero. Participó en varios proyectos fundacionales, como la Asociación de Jóvenes Compositores de la Argentina y la Escuela de Música Popular de Avellaneda. También fue jefe de cátedra de Composición de Música Clásica en la Universidad de La Plata.

En la década del setenta encaró proyectos en solitario, como el Trío Juárez, integrado, en distintas épocas, por Alex Oliva, Chiche Heger, Chango Farías Gómez y Oscar Taberniso. Con Chango y su hermana Marián Farías Gómez creó en los ochenta el espectáculo Contra Flor al Resto.

Su producción compositiva no es vasta, pero sí de muy buena hechura. Manolo solía elegir el repertorio de otros colegas al momento de subir a un escenario o grabar un disco, con formaciones de trío o de cuarteto. “Podría grabar tres compactos con obras mías, pero me encariño con las obras de otros. En una buena crítica que me hicieron decía que mi andar por la música era muy silencioso. En parte es cierto. No es que yo la juegue de tipo que no hace declaraciones altisonantes, porque sabés que he dado algunas que son cañonazos, como cuando rechacé el [premio] Konex porque no lo tenía Cuchi Leguizamón y eso me dio vergüenza. Además, sé que inventé una forma abierta, desde la ‘Chacarera sin segunda’. Pero, como te decía, me encariño con obras de otros“.

Su catálogo discográfico puede ofrecer algunas repeticiones de obras. No porque no tuviera a disposición una suficiente variedad sino por una cuestión que podría estar ligada tanto a la autocrítica como a cambios de mirada según el paso del tiempo: “Tengo cierta recurrencia -solía decir-. Hay cosas que las he grabado dos o tres veces. Grabo, escucho y estoy conforme. Pero con el tiempo siento que le falta algo. Es como el que nunca termina de pintar una pieza. Los enfoques no son diametralmente opuestos, pero sí nuevos, distintos. A veces pienso en la simpleza de las cosas gratas. En el campo compositivo hay temas que son como estar en un ambiente viciado y de golpe es como abrir la ventana para que entre aire fresco.

Su obra “clásica” también circuló en otras formaciones. Composiciones de más largo aliento como Elegía y Maremágnum fueron interpretadas por la Orquesta Sinfónica Nacional y la Filarmónica de Buenos Aires. Y Alicia Terzián, con su grupo de música contemporánea Encuentros, estrenó algunas de sus obras de cámara en Europa. La obra “popular” sonó muy bien en sus propias manos, con los socios de distintas épocas, como el cuarteto de Homer, y hasta en un concierto de tributo en el CCK (que luego se convirtió en un disco en vivo, Tiempo reflejado) donde muchos colegas y músicos que estudiaron con él decidieron homenajearlo. (La Nación)

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