Su perra le olía el estómago insistentemente: gracias a ella descubrió que tenía cáncer
Stephanie Herfel tiene 52 años, y vive en Wisconsin, Estados Unidos, junto a su perra Sierra, una enorme y bellísima siberian husky blanca y negra. Son muy compañeras, y van juntas a todas partes. Sierra conoce la rutina de su dueña, y sabe cuándo está por llegar, y la espera ansiosa por saludarla.
Pero desde hace un tiempo, la perra comenzó a comportarse de una manera extraña, que llamó la atención de Stephanie. Sierra se acurrucaba en la parte posterior del armario, como si se escondiera de algo, como con temor.
También, notó que antes de esconderse posaba su nariz en su regazo, y olfateaba la zona del estómago, como buscando algo. La mujer, que había experimentado algunas molestias en la zona abdominal, al principio no le prestó demasiada atención.
“Primero se acercó y me puso la nariz en el vientre, lo que rechacé. Lo hizo varias veces”, contó asombrada la dueña de la perra. “Luego estaba acurrucada, como una pequeña bola, con la nariz debajo de la cola. Su carita estaba completamente mojada y sus cejas estaban arrugadas”, explicó.
La mujer sentía que la perra quería decirle algo, que la miraba fijamente como para pasarle sus pensamientos. Entonces relacionó esta situación con los dolores que estaba sintiendo, y decidió consultar con el médico.
Cuando le diagnosticaron cáncer de ovario en etapa 3, en seguida pensó en su perra y cómo había intentado comunicarle que algo le estaba pasando, y sintió que Sierra le había salvado la vida.
Stephanie hizo seis meses de tratamiento y el cáncer entró en remisión. Sierra volvió a ser la perra dulce y juguetona. Lamentablemente, la enfermedad volvió tiempo después, y se propagó hacia el hígado. Otra vez fue la perra la que lo sintió primero, y le advirtió que debía volver a controlarse. Ahora Stephanie ya está en su casa, con la enfermedad controlada, y muy agradecida a su perra Sierra, a quien siente que le debe la vida.
