Madelyn Dunham: la abuela que moldeó el mensaje racial de Obama
Silenciosa y pragmática, esta mujer blanca crió como a un hijo al ahora presidente norteamericano.
Washington.-Ver la foto en la que aparecen juntos, sonrientes y con el lazo de afecto que sobrevuela -tan presente y explícito que, aunque no tenga forma física, hasta se lo podría tocar- debería ser una experiencia común. Lo esperable, digamos, entre abuela y nieto.
Pero, en su caso, sorprende un poco por la particularidad del caso y por el contraste evidente entre uno y otro. Ocurre que la abuela es blanca. Blanca como la leche o, si se lo prefiere, como el papel de las planillas contables sobre las que se afanaba para ganarse el sustento, y él es de piel tan negra como la nube que se cruzó en su infancia y que podría haberlo tiznado todo de ese color para siempre, si no fuera porque esa abuela de corazón grande se cruzó para sostenerlo.
Barack Obama, el presidente número 44 de Estados Unidos, es el joven de pelo ensortijado y crespo que sonríe en la foto. Y ella, Madelyn Dunham, su abuela blanca. La mujer silenciosa y pragmática, mucho más dada al trabajo cotidiano que a los sueños, que, tras criarlo como a un hijo, murió apenas 48 horas después de que fuera elegido presidente. Nunca pudo verlo en su momento de gloria y reivindicación.
Más que una historia, la mujer que estuvo presente para moldear el carácter del hoy presidente norteamericano pareció vivir un cúmulo de paradojas. Fue la más presente a la hora de moldear el carácter del futuro presidente y la que le enseñó la invalorable sensación de ser querido y celebrado más allá de todo. “Me quiere más que a nada en el mundo”, dijo de ella Obama.
Sin embargo, en el imaginario está mucho más presente la carismática y extrovertida abuela negra, Sarah Auyango Obama, la que convirtió en celebridad el pequeño pueblo de Kenya en el que aún vive y la que disfruta dando reportajes cada tanto. En rigor, Sarah es la tercera mujer del abuelo paterno de Obama y no tiene lazo de sangre con el hoy presidente.
No es una historia fácil la del primer presidente negro en la historia de este país. Tanto que en 1988 decidió viajar a Kenya para conocer sus raíces. Fruto de esa reflexión es Sueños de mi padre, la emotiva biografía en la que explora los buenos y malos momentos de su juventud. En ella, la abuela Madelyn es luz. El la llamaba “Toot” -en lugar de “Tutu”, que es como se dice abuela en hawaiano- y ella le decía “Barry”, la forma más familiar que encontró para el “Barack” -tan infrecuente en su mundo- con el que había sido bautizado ese nieto por el que lo dio todo.
Juntos hicieron un viaje de aprendizaje. Él diría que con ella aprendió a ganarse, de a poco y con paciencia, “la confianza de los blancos”; ella, a aceptar las sorpresas de una vida que poco tenían que ver con el mundo blanco, republicano, pequeño y conservador en el que llegó al mundo, en Kansas, en pleno Medio Oeste.
“Era la base, la piedra fundamental de nuestra familia. Una mujer de extraordinario talento, fuerza y humildad”, dijo de ella Obama. Más allá del color, reconoce sus genes en su propia sangre. “Todo lo que yo tengo de obstinado y perseverante lo heredé de ella.”
¿Por qué es una figura tan poco expuesta? Los críticos, que siempre los hay, argumentaron que Obama ocultó a la rama blanca de su familia para potenciar el costado racial de su candidatura. Lo que ocurría es que, enferma de cáncer, casi ciega y con una osteoporosis aguda que desaconsejaba los traslados, Madelyn hacía una vida recoleta. “No doy muchas entrevistas. No gozo de buena salud”, dijo a los periodistas que intentaron entrevistarla. Vivía en el mismo departamento de dos habitaciones en el que crió a su nieto.
Allí, lo que no se perdía eran sus apariciones en la cadena CNN. Con visión reducida, lo escuchaba, más que verlo. Y estaba al tanto de las noticias que hablaban del avance de su candidatura. “Eso está muy bien Barry, muy bien”, dicen que le decía, con la parquedad de los de su tierra.
Mucho más complejo, el recorrido esencial de la biografía de Obama dice que cuando sus padres se separaron, y luego de pasar pocos años en Yakarta con su madre y su nuevo marido, ella decidió enviarlo a Estados Unidos para que estudiara allí. Tenía diez años, lo esperaban unos abuelos blancos a los que casi no conocía y que, por entonces, vivían en Hawaii. Tuvo, también, una juventud complicada, enojado con los prejuicios de la sociedad hacia los negros. Incluida su abuela.
Fue una relación no exenta de conflicto. “Darme cuenta de que ella se asustaba si se cruzaba con un negro que no conocía por la calle fue como sentir un puñetazo en el estómago”, confesó. Luego vinieron los problemas cuando catalogó esa conducta como “la reacción de un blanco típico”. Pero fue, también, el camino que le ayudó a elaborar el conflicto racial y tender puentes sobre la herida. Sobre todo eso estaba la abuela “Tutu”, mirándolo, siempre.
La última paradoja en esa relación potente fue el desenlace. Madelyn murió sin ver a su nieto ejerciendo como presidente. Lo último que hizo por él fue emitir su voto anticipado. Obama, que no habla mucho de emociones, ha dicho más de una vez que se alegra de pensar lo orgullosa que debe estar..