Recuerdo de la Negra Sosa en el día que estaría cumpliendo 84 años
Fue como un choque de planetas, Alighieri y la Pachamama, como un big bang musical que dio paso fugaz a algo nuevo. La galaxia Pavarotti de un lado, la galaxia Sosa de otro, las dos sobre un escenario de 600 metros cuadrados montado sobre el césped de la Bombonera.
Ella venía de cantar con Pablo Milanés en una plaza de Colombia y había atravesado un cuadro depresivo que afectó su aparato digestivo y le hizo perder 32 kilos. Él venía de entonar junto a Plácido Domingo y a José Carreras en Sudáfrica, y de una reunión cumbre con el Presidente Nelson Mandela. También había cantado con Bono, Elton John, las Spice Girls, Bon Jovi y Sheryl Crow, pero le faltaba la pata folclórica-latinoamericana.
A alguien se le ocurrió pensar que el barbudo de Módena que recaudaba fondos para los niños de Bosnia podía seguir rompiendo esquemas en un templo futbolero. La oferta era tentadora: el tenor de las masas a la par del timbre contralto más sudamericano. Tosca y el Nuevo cancionero, Puccini y Violeta Parra, todo aunado.
El primer encuentro fue en el piso 22 del Sheraton. Una charla trilingüe (o casi cuatrilingüe): se habló español, italiano, inglés y algo de “cocoliche”. Abril de 1999. Se fijaron algunos detalles del concierto a celebrarse el 23, cuyas plateas costaban 250 pesos. No podían defraudar: se habían vendido más de 30 mil tickets.
El crítico musical Mariano del Mazo hablaba de “crossover de dos paradigmas antagónicos”. En La Boca, mientras ultimaban las cuestiones del sonido, estaban preocupados por cómo quedaría ese rectángulo verde que por entonces dibujaba tácticamente cada domingo Don Carlos Bianchi.
Las puertas del estadio boquense abrieron a las 19, el concierto comenzó a las 21, pero recién sobre el final llegó el dúo. Caruso y Cuore ingratto. Algún periodista despotricaba: “Es discutible sostener que Pava y Sosa cantaron juntos. Porque como agua y aceite, cada uno hizo su parte, y en los temas conjuntos se alternaron cantando una parte cada uno”.
Dos horas de Bombonera latiendo sin pelota. Abrió Mercedes con fragmentos de la Misa criolla de Ariel Ramírez. Vestida de negro, poncho infalible, le dio la bienvenida al charanguista Jaime Torres y al Coro Polifónico Nacional.
En el Vip, sillas de terciopelo, atuendos de gala lírica. En la popular, jogging, mate y bizcochitos. Mercedes pudo disfrazar como nadie una gripe, mientras la aplaudía su clan -hijo, nietos, sobrinos, hermano-. ¿Y Pavarotti? No aparecía. “La Negra” entonces le sacaba brillo a su versión de Alfonsina y el mar, a Sólo le pido a Dios y a Cuando ya me empiece a quedar solo. Cuarenta minutos después “Don Lucho” irrumpió de frac negro y moño blanco, junto a la Filarmónica de Buenos Aires. Matinatta, La Cirometta, Una lacrima furtiva…
Como propina, en la Bombonera hubo fuegos artificiales. Era el final de una cumbre que nunca más se produciría: en septiembre de 2007 el corazón de Italia se apagaría tras un cáncer en el páncreas. El 4 de octubre de 2009, el mundo la despediría a ella. “La Mama”, “la cazadora de canciones”, “la comandanta”, como la había bautizado Charly García, tuvo su velatorio en el Salón de los pasos perdidos, en el Congreso, con Gustavo Cerati, Teresa Parodi, Víctor Heredia y cien músicos más llorando. Mientras dormía, a alguien se le ocurrió recordarla con palabras que fueron de ella: “Creo haber superado el momento halagador del aplauso para quedarme en la pura alegría del cantar. Ya sé qué soy: soy un montón de cosas santas mezcladas con cosas mundanas“. (Clarín)