Un hombre simple, un apasionado del derecho
Reconocido mundialmente, publicó más de 30 libros y ama la docencia.
“Toma mate, no lleva custodio y usa zapatillas.” Así definió un secretario a uno de los juristas más prestigiosos del país: Eugenio Raúl Zaffaroni. Con la misma simpleza con la que desarrolla su trabajo anunció ayer el final de su trayectoria dentro del Poder Judicial. El día en que cumplió once años como ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación presentó su renuncia al máximo tribunal “con efecto a partir del 31 de diciembre” próximo. La dimisión sintetiza el perfil de este magistrado que el 7 de enero próximo cumplirá 75 años, la edad máxima para ser integrante del Alto Tribunal según establece la Carta Magna si no se realiza un nuevo acuerdo del Senado. “Motivan esta dimisión ineludibles razones normativas y, más lejanamente, éticas y de convicción personal”, escribió en la epístola que le dirigió a la presidenta, Cristina Fernández, para comunicarle su decisión.
Zaffaroni es abogado, escribano y doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales. Alcanzó el máximo cargo en el tercer poder del Estado luego de una extensa trayectoria. Ejerció la magistratura por primera vez hace 45 años, en San Luis. En la provincia puntana fue juez de la Cámara Segunda de la Segunda Circunscripción Judicial (1969-1973) y procurador general de Justicia (1973-1975), recordó Tiempo Argentino.
Aquel año se trasladó a la Ciudad de Buenos Aires donde se desempeñó por un año como juez nacional en lo Criminal y Correccional Federal y luego como juez de Sentencia (1976-1984). Desde 1984 a 1990 integró la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal. Tras un interregno (en el que fue Convencional Constituyente y diputado de la ciudad), en el 2003 volvió a ejercer como juez: fue designado ministro de la Corte por el ex presidente Néstor Kirchner.
Las posiciones garantistas que sostuvo a lo largo de su carrera ganaron impulso mundial el 23 de octubre pasado cuando se reunió en su carácter de secretario ejecutivo de la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología con el Papa Francisco, en el Vaticano. El Sumo Pontífice y el cortesano habían mantenido un intercambio epistolar en junio de este año en el que habían coincidido en criticar “la mano dura”, la superpoblación carcelaria y el alarmismo de los medios de comunicación en materia de seguridad.
Cansado de la burocracia judicial nacional y a punto de cumplir 75 años, Zaffaroni decidió cambiar el aire: según expresó, su deseo es volcar mayor empeño en la labor docente y en las instituciones científicas internacionales. Su pasión por la docencia se retrotrae a 1965 cuando asumió interinamente la cátedra de Criminología en la Licenciatura en Derecho de la Facultad de Derecho, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde entonces no abandonó la academia: ocupó más de 50 cargos y funciones en diferentes universidades de la Argentina, México, Venezuela, Brasil, España y Chile. En 2007 fue nombrado profesor Emérito de la UBA.
Escritor voraz, publicó más de 30 libros. Hasta se animó a abordar una obra titulada “La Pachamama y el humano”, donde vuelca sus preocupaciones sobre el futuro del hombre en la Tierra. “En definitiva, me pregunto (en aquel libro) sobre el destino de la humanidad. ¿Qué somos: una manifestación superior o el cáncer del planeta?”, explicó en una entrevista a este cronista dos años atrás. Preocupado por esa temática, como ministro del Alto Tribunalviajó al Impenetrable –una zona boscosa que se expande por unos cuatro millones de hectáreas centralmente en el Chaco– para conocer las necesidades de las poblaciones originarias que viven allí. También practica la natación semanalmente para distender las tensiones. Aprendió a nadar “de grande” y hasta llegó a competir en “aguas abiertas”.
Zaffaroni está acostumbrado a recibir reconocimientos. Le otorgaron más de 115 premios, condecoraciones y distinciones, entre ellas más de 30 honoris causa. Acaso, la distinción más importante la recibió en 2009 cuando lo galardonaron con el premio otorgado por elSimposio Criminológico de Estocolmo, el centro académico más prestigioso del mundo en el campo de la criminología. En agosto pasado la Asociación Internacional de Derecho Penal (AIDP, de la que forma parte) y el Instituto Max Planck de Derecho Penal Internacional y Extranjero entregaron al jurista argentino el premio internacional Hans-Heinrich Jescheck, que se concede en ocasión de cada Congreso Internacional de Derecho Penal. Fue el primer latinoamericano en recibirlo.
De más está decir que durante su paso por la Corte Suprema de Justicia dejó su sello. Y no sólo por su alergia al protocolo.
Resolvió junto a sus pares la constitucionalidad de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y participó en los fallos que declararon inconstitucionales las leyes deObediencia Debida y Punto Final. También aportó su visión en la nulidad de los indultos y en la sentencia por la cual, en el 2004, se consideraron imprescriptibles los crímenes de lesa humanidad. Se trata de algunos de los fallos paradigmáticos que sentaron las bases para construir una Argentina más justa.