[OPINIÓN] ¿Debe elegir nuestro país entre Estados Unidos y China?
Por Mariano Turzi, profesor de Relaciones Exteriores de la Universidad Torcuato Di Tella.
La relación triangular entre China, Estados Unidos y la región latinoamericana tuvo hasta el 2018 las bases materiales para la cooperación, en especial en el desarrollo de infraestructura, provisión de financiamiento estado inversión energética. Pero el deterioro de la relación entre Washington y Beijing llevó -a pesar de la tregua de Buenos Aires durante el G20- a que la relación entre ambas potencias pasase a estar dictada principalmente por la competencia.
Este tipo de contextos triangulares nunca han sido positivos. La conflictiva relación entre la Unión Soviética y Estados Unidos durante la Guerra Fría fue negativa para América Latina en general y para nuestro país en particular. No hay beneficios en buscar una vinculación de tipo triangular en un contexto competitivo por tres razones.
Primero, irrelevancia. La relación más importante para el orden mundial actual es la relación Washington-Beijing. Ni la región ni el país ameritan una competencia geopolítica. Buscar balancear a una potencia con la otra supone que la elegida compensará las pérdidas de la abandonada. Y no hay evidencia que apoye este razonamiento para actores de baja relevancia. Esas extorsiones son toleradas por los poderosos cuando su costo es menor al del abandono.
Históricamente, la política exterior argentina ha tenido problemas para calibrar la importancia relativa que nuestro país tenía para las potencias dominantes en la época: Gran Bretaña, Estados Unidos, China. Se sobrestimó el vínculo con Londres, se subestimó el costo de no participar en las guerras mundiales. Y todavía no hay un consenso intelectual y político sobre el lugar que debe tener Beijing en una estrategia de desarrollo nacional de la Argentina.
Segundo, agencia. La preferencia del presidente brasileño Jair Bolsonaro por los vínculos bilaterales lleva a un acercamiento táctico con Estados Unidos: Brasil explotará la creciente competencia entre Washington y Beijing en América Latina intentando construir a la región como un “campo de batalla” diplomático mundial. El objetivo final de esta estrategia es extraer concesiones de los halcones dentro del gobierno norteamericano. Para Argentina, una política exterior brasileña en esta dirección implica un desafío triple: mantener a Brasil dentro del esquema regional (MERCOSUR), minimizar la reacción negativa de un endurecimiento de China y reducir la presión por sobreactuar en aras de mantener la atención de Estados Unidos.
Tercero, posicionamiento. Los vínculos que tanto Estados Unidos como China tienen con nuestro país no están entrelazados ni en competencia. No nos favorece ser ingenuos ni intrigantes. Las inversiones no implican necesariamente influencia ni el aumento de la cooperación equivale a certeza de confabulación. Incluso es posible plantear ámbitos limitados de cooperación tripartita como combate al crimen organizado trasnacional.
Mantener el interés nacional ajeno a esa competencia global -dentro de lo que la capacidad nacional permita- coloca a la Argentina en situación más ventajosa dentro de una estructura internacional crecientemente restrictiva.
El triángulo como planteo de relaciones internacionales descompone la integración regional. En un mundo de mayores incertidumbres, las regiones cobran mayor relevancia geopolítica e importancia geoeconómica. Importar una confrontación asimétrica -ya sea que se busque un alineamiento o se persiga la autonomía- alienta el conflicto de un modo no funcional: aumenta las probabilidades de represalias comerciales, de menor acceso al acceso al financiamiento y de recrudecimiento de las oposiciones políticas nacionales. Construir un regionalismo abierto e integrado (regional y con el mundo) acaso pueda constituir una opción de política exterior que compensa cualquier eventual ganancia de corto plazo individual.
[Nota publicada en la edición de hoy del diario Clarín]