Los negocios con el Estado comenzaron cuando éste era el Virreinato
ESCRIBE JORGE LANATA (*)
El “mecanismo” tiene tres partes: gobierno, empresas y Justicia. No funciona sin alguna de ellas. El gobierno avala, las empresas cobran y la Justicia disimula.En el mecanismo el Estado construye la barrera y decide donde ubicarla. Cada barrera lleva consigo un peaje: no pueden concebirse la una sin el otro. Frente al cobro, la justicia es ciega. ¿Es así en todos los casos? No, claro. Las excepciones existen. Es así en los casos que importan. Mayoría o no, esos casos forman una cultura. Esa cultura reina en la Argentina desde antes del nacimiento de la Nación.
Los negocios con el Estado comenzaron cuando éste era el Virreinato: la barrera se puso en el puerto, cerrado al comercio, a excepción de los barcos españoles. Excepción es sinónimo de barrera, nuestra historia describe un largo camino paralelo entre la excepción y la ley. Tan viejo como aquel chiste de “la gilada y el laburo”. Con el puerto cerrado por la ley, los barcos extranjeros llegaban igual, amparados por la excepción. Debían pagar un “donativo gracioso” al erario local, a cambio del cual se les emitía un “permiso especial”. En teoría, los barcos extranjeros solo podían solicitarlo si estaban en peligro de inminente hundimiento, ante una “arribada forzosa”.
Y así fue: el peligro de hundimiento se volvió tan común que vivíamos entonces en un Triángulo de las Bermudas. Un cargamento sorprendido en las lanchas del navío Wootle, en 1727 – para dar solo un ejemplo-arrojó en el inventario: cuchillos, cucharas, limpiadientes, anteojos de larga visa, peinetas de asta y marfil, tijeras, navajas, tornillos, bastones de metal y de vidrio, cajitas de polvillo, medias de hombre y de mujer, medias de seda,vasos, saleros, sombreros finos, encajes, zapatos, chinelas pañuelos de seda, hojalata para faroles, relojes de plata, hachas y todo tipo de baratijas. En la primera mitad del siglo XVII Buenos Aires fue un centro de contrabandistas que formaron un poder dentro del poder del Estado ,con vínculos y representantes establecidos en Brasil, Portugal, Angola, Holanda y otros puertos de esclavos.
Frente al contrabando ningún gobernador era fuerte: cuando Hernandarias no quiso transigir con aquel ambiente fue perseguido, acusado de crímenes que no cometió y condenado por jueces afines a los contrabandistas. No se trataba de corromper a los que ya estaban sino de contar con “tropa propia”: adquirían en subasta pública los cargos de concejales que eran puestos a remate, ganando así con facilidad la mayoría en el Cabildo. La venta de cargos públicos –incluyendo gobernadores, cargos militares, municipales, etc.- se hacía por remate o como “donativo gracioso” al Rey. Esta costumbre comenzó bajo el reinado de Felipe II.
Como una maestra del secundario, me permito avanzar 300 años de un plumazo: según Michael Mulhall en 1895 el ingreso por habitante de Argentina igualaba al de Bélgica, Alemania y Holanda, y superaba a Austria, España, Italia, Suiza, Suecia y Noruega, quedando por debajo del de Australia, Estados Unidos y Canada. Desde 1880 hasta 1930 la tasa de crecimiento de la Argentina tiene pocos antecedentes en la historia de la economía. Agrega León Pomer en “Argentina historia de negocios lícitos e ilícitos” que “cuando en 1910 la Argentina celebró el Centenario era el primer exportador mundial de trigo y el primer exportador mundial de carne”.
Zeballos citado por Pomer afirmó que en 1906 “la Nación entera trabaja para dos docenas de familias y sus clientelas que gozan de los favores oficiales sin reservas”. Seis años después Jules Huret anota que ”el poder está concentrado en doscientas familias, pero el país tiene siete millones de habitantes. Las abejas que viven en tal panal son excluyentes. Jamás en la historia ni aún bajo los Césares férreos de Roma, duraron tanto las dominaciones personales o las de los círculos cual se perpetuan entre nosotros. ¿La finalidad? Garantizarse el mayor número de ventajas públicas”.
Sobre la Argentina del Centeranario publica La Stampa de Turín : “La propina es una institución, tiene un nombre solemne, de resonancia griega: coima. Todos coimean, desde quienes desempeñan cargos superiores hasta el ultimo inspector”.
Los únicos tres edificios que interrumpen la traza de la avenida 9 de julio pueden dar una idea de los mojones del poder: el Palacio Alzaga Unzué (hoy hotel Four Seasons), la embajada de Francia (antes Palacio Ortiz Basualdo), el Obelisco y el mítico Ministerio de Obras Públicas, hoy de Salud. El edificio es el único con dirección en la Avenida 9 de Julio,1925, y posee dos estatuas art-decó ubicadas en el lado este: un mito asegura que fueron diseñadas por José Hortal y que simbolizan el pago de coimas. Una lleva entre sus manos un pequeño cofre y la otra extiende el revés de su mano hacia atrás, dispuesta a recoger el dinero.
En enero de 1929, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, escribió Roberto Arlt en el diario El Mundo: “La coima es la polilla que roe el mecanismo de nuestra administración, la rémora que detiene la marcha de la nave del Estado (…) la coima es la que moviliza los escritos en un juzgado, la coima es la que arranca un certificado de buena conducta para un específico fascineroso, la coima es la que ablanda y humaniza al inspector, al oficial de justicia,al médico. La coima, invisible, penetrante, ardua e infalible, penetra por todas partes y compra al grande,al cogotudo y al severo como al pequeño, al modesto y al humilde que se conforma y transige con tal que le den para un café con leche”. El texto de Arlt se titula “Su Majestad, la coima”. Somos súbditos de la coima desde nuestro nacimiento como Nación, y antes aún. Hoy la justicia tiene ante sí la posibilidad de empezar a cambiarlo para siempre.
Los negocios con el Estado comenzaron cuando éste era el Virreinato.
(*) Nota publicada en la edición de hoy del diario Clarín.