viernes, noviembre 22, 2024
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Vía que blanquea a represores

Ante la ausencia de resultados en la investigación sobre qué pasó con López, la fiscalía retomó ahora una vieja pista basada en los dichos de un testigo vinculado con la Policía Bonaerense. Quejas de las querellas.

“Estoy al tanto, al principio me reí, pero ahora me da bronca porque no tienen ni idea de lo que están haciendo, es una de las primeras pistas sembradas para entorpecer”, dijo Ruben López, hijo del testigo contra los represores de la dictadura. La falta de resultados en la investigación sobre el destino del desaparecido Jorge Julio López llevó a la Justicia de nuevo al principio. Página/12 pudo saber que la pista más activa en este momento corresponde a una declaración que se produjo quince días después de la desaparición del testigo que contribuyó a la condena del genocida Miguel Etchecolatz, y pone en la mira al círculo más cercano a López y lo aleja de los represores que fueron perjudicados por su declaración. “Que me investiguen, no van a encontrar nada”, dijo a este diario Ruben López, el hijo mayor del albañil que tenía 77 años cuando desapareció por segunda vez. La abogada querellante Guadalupe Godoy se mostró escéptica y decepcionada. “Lamentablemente, la causa tiene tendencia a recaer en el viejo vicio investigativo de la Policía Bonaerense, como en un círculo vuelve al comienzo, a la investigación de líneas que nada tienen que ver con aquellos interesados en detener los juicios de lesa humanidad”, dijo, consultada por este diario.

Es enero y el fiscal federal Marcelo Molina mira la pila de expedientes del caso López que acumulan polvo en su despacho. Son más de 40 cuerpos, 60 legajos, y más de 60 anexos, algunos de los cuales, a su vez, tienen cuarenta cuerpos. Está solo y una idea lo atormenta desde hace varios días. El final de su carrera en el Ministerio Público está cerca y no se resigna a que eso suceda sin haber esclarecido la desaparición de López, un caso único porque fue secuestrado en la dictadura, sobrevivió a los campos de exterminio, declaró en los juicios por delitos de lesa humanidad, y desde el 18 de septiembre de 2006 no se supo más nada sobre él. Era el día de la audiencia de alegatos en el juicio que el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata estaba terminando contra el torturador Miguel Etchecolatz, y Tito, como le decían los suyos, tenía especial interés en acudir porque guardaba la esperanza de poder verle la cara a su verdugo.

Molina recibió los expedientes varios años más tarde de iniciada la causa, luego de que pasara por diferentes juzgados y fiscalías, y tras la intervención de tres fuerzas de seguridad diferentes. Fue así que le llamó la atención el testimonio de una persona, que al momento de declarar en 2006 era menor de edad, que relataba una conversación entre el dueño de un club y una persona muy cercana a López, sin vínculos con la actividad en los organismos de derechos humanos, que escuchó mientras practicaba su rutina de karate. El hecho sucedió al anochecer del mismo 18 de septiembre, y el testigo dijo que el pariente de López expresó que “ya lo quisieron matar dos veces, ya no sé qué hacer con mi viejo”, y luego de dar a entender que el albañil “no estaba bien de la cabeza” aseguró que “lo tenían guardado en un lugar como un sótano o bajo tierra” cercano a una propiedad de su interlocutor, el dueño del club de karate. Según recordaba, le llamó la atención que el pariente de López estaba alterado, siendo en general una persona tranquila. Este diario tuvo acceso a la declaración del testigo, cuya identidad se mantiene en reserva, y puede prestarse a variadas interpretaciones.

La primera medida que tomó el fiscal fue citar a esta persona, que ahora ya es mayor de edad y trabaja en la Policía Bonaerense, al igual que su padre, y durante la declaración el testigo ratificó todo lo que había dicho hace casi ocho años. En segundo lugar, Molina le comunicó al abogado de la familia, Alfredo Gascón Coti, que había comenzado a reactivar esta hipótesis y acudió a la casa familiar de Los Hornos, donde le tomó declaración a la esposa de López, Irene Savegnago. Aunque resulte inverosímil a esta altura de las circunstancias, fue la primera vez que la mujer dio su testimonio en la investigación. Una fuente del caso confió a Página/12 que los funcionarios se sorprendieron por la lucidez y entereza de la esposa de López. Y como si fuera la primera vez, todos repasaron las últimas horas de López: el cumpleaños de un pariente al que había asistido el sábado 16; el hijo menor, Gustavo, que vivía con ellos porque se había separado recientemente; el almuerzo familiar del domingo con Ruben; el partido de Boca que López miró en el televisor del living, sentado en su sillón, donde Gustavo lo vio por última vez; la esposa que toma su pastilla para dormir, como hacía desde el primer secuestro en octubre de 1976; Gustavo que se levanta al día siguiente y cree que tras la puerta cerrada del baño estaba su papá.

La otra medida ya concretada fue el armado de un plano donde aparece la vivienda donde habría estado “oculto” López, y las casas cercanas, del dueño del club, como refirió el testigo al decir que estaba a diez cuadras, así como también las de otros parientes del testigo desaparecido. Molina prepara nuevas citaciones para completar el cronograma que se fijó, a la vez que también habilitó otra hipótesis, en la cual la querella de los abogados Godoy y Aníbal Hnatiuk está más interesada, pero sobre la cual hay estricta reserva. Para los letrados, abordar de nuevo la pista del karateca es volver sobre las que ha sembrado la policía en el expediente, ya sea para incriminar a la familia de López o a sus compañeros de militancia en derechos humanos, en desmedro de aquellas líneas referidas a represores, que fueron “sistemáticamente ignoradas y no profundizadas”.

Enterrado en un campo

“Estoy al tanto, al principio me reí, pero ahora me da bronca porque no tienen ni idea de lo que están haciendo, es una de las primeras pistas sembradas para entorpecer”, dijo Ruben López, consultado por este diario. “Es un menor de edad que dice que escuchó que mi amigo el Negro (por el dueño del club) y yo teníamos a mi viejo enterrado en su campo. Es absurdo, pero estoy tranquilo porque ahí no van a encontrar nada”, agregó.

¿Cómo surge la declaración de este joven? Según sus propias palabras, asoció una conversación que tuvo con una profesora de derechos humanos en San Justo con las noticias sobre la desaparición de López y ahí se dio cuenta de que esa charla que escuchó podría haber sido en alusión al testigo. Tras consultar con un cura y con su padre, decidieron presentarse en la Unidad Fiscal de Investigación 4, ante el primer fiscal del caso, Marcelo Martini. Fue el 2 de octubre de 2006.

El fiscal Molina sabe que es muy alta su apuesta, por eso puso al tanto a sus superiores y pidió apoyo, sobre todo de la comisión de la Policía Federal asignada al tema, que no parece haber estado nunca muy motivada con la causa López. En Tribunales, dicen que a los federales no les seducen los cold cases (investigaciones policiales no resueltas), y éste es, paradójicamente, uno de los casos que debió ser más “caliente”. Las máximas autoridades nacionales en el área de Seguridad también fueron informadas del actual rumbo de la investigación. Algunas de las medidas realizadas ratifican las sospechas de la fiscalía. Sin embargo, en caso de verificar la pista, un sector de los investigadores considera que los allegados al testigo habrían sido utilizados por otro grupo con capacidad logística para concretar la desaparición.

En la causa López cada parte parece jugar su propio partido, y el cruce de intereses no hace otra cosa que profundizar su empantanamiento. Sin embargo, ahora, lejos de estar paralizada, ha vuelto a comenzar, aunque a foja cero.

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