100 años de Cortázar
Cien años no es nada o es mucho, depende de la percepción que se tenga del tiempo. El centenario del nacimiento de Julio Cortázar –que se cumple hoy– redunda en una sobredosis inevitable de reediciones de su obra, muestras y homenajes que, aunque sean bienvenidos, no están exentos del peligro de la vitrificación solapada. Una manera sencillísima de destruir a un escritor, se podría afirmar apelando a la “herejía” de reescribir unas líneas de uno de los textos incluido en La vuelta al día en ochenta mundos, consistiría en que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre el escritor en cuestión. “Se dispara entonces la fecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario.” Habrá que esquivar y sortear la seriedad, la exageración y la santificación que parecen estar inscriptas de antemano en el género conmemoración. Cuarenta intelectuales locales e internacionales, Martín Kohan, Carlos Gamerro, Damián Tabarovsky, Carlos Gabetta, Daniel Link, Héctor Schmucler, Oliverio Coelho, Jorge Lafforgue, Aníbal Jarkowski, Roberto Ferro, Saúl Sosnowski, Luis Chitarroni, Sylvia Saítta, Miguel Vitagliano, Néstor García Canclini, Roberto Fernández Retamar, Agustín Fernández Mallo y Carles Alvarez Garriga, entre otros, están participando de las Jornadas Internacionales “Lecturas y relecturas de Julio Cortázar”, que empezaron ayer en la Biblioteca Nacional (BN).
Estas jornadas se enmarcan en el Año Cortázar 2014, una iniciativa conjunta del Ministerio de Cultura de la Nación, la Televisión Pública, la Biblioteca Nacional, el Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo del Libro y de la Lengua, el Palais de Glace y la Casa Nacional del Bicentenario (ver aparte). “Todos tenemos un vínculo con Cortázar resuelto y conmemorado de distintas maneras –advierte Horacio González, director de la BN–. Su nombre reaparece bajo las distintas constelaciones a partir de las cuales se iba constituyendo y también deshaciendo, porque podemos decir que su condición de autor argentino y universal no revistió la fórmula del autor permanente, asimilable a un zumbido en el cuerpo literario de un país que siempre es consultado, revisitado y constantemente invocado de una manera explícita y pública como es el caso de Borges.” La idea de ser un autor secreto es de Borges, plantea el escritor y sociólogo, pero fue Cortázar el que finalmente devino autor secreto. “Es difícil explicar por qué ocurre esta circunstancia si no es por la imaginación exclusiva de quien habla. Muchas veces escuché decir que se había desplomado en el evasivo recuerdo y en la memoria difusa de todos nosotros la figura de Cortázar. El lector actual lo rescata a la manera de una lectura redentora; lectura de aquel que se siente en contacto con el material que pudo haber sido radiante en su momento y cae en la opacidad de un desuso actual. Nunca se deja de entrar en Cortázar –aclara–. Pero de las múltiples puertas con las que pensó su literatura, no todas siguen abiertas.”
“Hay un compromiso que llamaría ‘cortazariano’, por ponerle un nombre que está obligado a ser provisorio porque ni sabemos a qué le vamos a llamar compromiso en el futuro”, conjetura González y postula que es posible pensar a Cortázar como alguien que quiso hacer una teoría de la novela. “Ciertos afanes antinovelísticos, casi siempre encabezados por Borges, y otras renuncias que no son fáciles de explicar, hicieron que las predilecciones por la teoría literaria no se configuraran exactamente con lo que se podría llamar una teoría de la novela, que muchas veces hasta la podemos considerar con más fuerza que la que podría tener una teoría política. En un exceso de imaginación cortazariana, podríamos hasta pensar que la teoría de la novela es un buen sustituto de las malas teorías políticas, con una condición: que también sean buenas las teorías de la novela. Cortázar nunca le dio ese nombre a lo que hizo y sin embargo está permanente pensando sobre la condición del lector, la condición del que ‘ahora’ mismo está escribiendo; ese ‘ahora’ evasivo, mendrugo del tiempo que se escapa entre las manos.”
González ilustra la cuestión con el capítulo 62 de Rayuela, que luego se convertirá en otra novela: 62/Modelo para armar. “Son balbuceos de una teoría de la novela porque nunca quiso trascender el estadio de balbuceo, que es una especie de dadaísmo conceptual de gran interés. La reflexión de Morelli sobre el modo de escribir novelas y sobre la novela misma remitirá al comienzo de 62/Modelo para armar y al modo en que se piensa la realidad a través de los distintos planos que conviven en ella, pero casi siempre a través de una conversación íntima, secreta, introspectiva; todos esos planos al coagularse sin ninguna lógica que los preceda se juntan con otro hecho que viene en paralelo y ese paralelismo produce un collage, un punto único casi inaprensible que es su teoría de la novela”, esgrime González y sugiere un vínculo con otra gran teoría de la novela: En busca del tiempo perdido. “La emergencia de una taza de té supondría que se puede reconstruir el mundo a través de la memoria. Eso es una teoría de la novela del siglo XX que en Cortázar aparecerá a través de flujos de profunda travesura, que no permitiría colocarlo a la altura de Proust porque es otra cosa totalmente diferente.” El “aniñamiento” de Cortázar, opina González, proviene del surrealismo, aunque muchos digan que el escritor no era surrealista. “Lo que percibo de este homenaje es la gran importancia de llenar el vacío de grandes novelas en tensión con la dificultad de pensar el tiempo, la política y lo político y nuestras propias vidas. Como Cortázar era hijo de esas dificultades, estas jornadas no pueden ser sino un gran saludo a la memoria de su obra y también un gran empeño memorístico, conceptual y político para traerlo nuevamente en forma encarnada hacia nosotros.”
El director nacional de Industrias Culturales del Ministerio del Cultura de la Nación, Rodolfo Hamawi, menciona una conferencia que pronunció el escritor en Madrid, en 1981, en la que establece que al igual que los hombres y los caballos las palabras se enferman y se cansan. “Ese cansancio proviene de que muchas veces las pronunciamos de manera automática, como quien enciende un automóvil o sube una escalera. Y habla de algunas palabras muy precisas: de libertad, de dignidad, de derechos humanos, de pueblo, de justicia, de democracia. Cortázar invita a que las palabras recuperen esa idea de ser como flechas de la comunicación, como pájaros del pensamiento. El desafío de estas jornadas es agitar y movilizar la palabra ‘homenaje’ para sacarla de la rutina y ponerla en sintonía con la exigencia de nuestro autor. Estas jornadas son un acto de justicia hacia quien, amado por los lectores, muchas veces fue ninguneado por la crítica y la academia.”
Teresa Parodi recita los últimos seis versos del poema “Los amigos” que Cortázar publicó con el seudónimo de Julio Denis en su primer libro, Presencia: “Los muertos hablan más pero al oído,/ y los vivos son mano tibia y techo,/ suma de lo ganado y lo perdido./ Así un día en la barca de la sombra,/ de tanta ausencia abrigará mi pecho/ esta antigua ternura que los nombra”. La ministra prefiere hablar como una lectora que más que tempranamente se sintió deslumbrada por los libros del autor de Bestiario. “Los lectores nos sentíamos sus amigos; por eso se lo extraña y se vuelve a frecuentar su obra como volviendo a casa, como recuperando un diálogo con este hombre que tanto nos dijo. Se saborea a Cortázar cuando se lo vuelve a leer, uno puede tutearse con su obra, sentirlo cerca. A veces nos regresa como de sopetón a aquellos años de enamoramiento que tuvimos con su obra, a la sensación liberadora con que soñábamos la libertad entonces, cuando andábamos sin buscarlo, pero sabiendo que si andábamos lo encontraríamos.” Repensar a Cortázar permitirá “encontrarnos otra vez con ese mago y su magia, con ese latinoamericano escritor, como le gustaba llamarse; con ese ‘Bolívar libertario’, como le gustaba decir a Carlos Fuentes, que nos liberó porque se liberó a sí mismo con un lenguaje nuevo dispuesto a la aventura. Este reencuentro nos hará salir más cortazarianos que nunca”, augura Parodi.
Viene a cuento, para concluir, una cita del gran Macedonio Fernández con la que Cortázar remata el texto “Para hacer bailar a una muchacha en camisa”: “Huyo de asistir al final de mis escritos, por lo que antes de ello los termino”.
Fuente: Página 12.