El libro que recomendó el papa Francisco
Al confesar una neurosis, Francisco mencionó la obra de Louis E. Bisch quien asegura que los neuróticos son personas “distintas” que resisten el formateo de la sociedad.
En el avión que lo llevaba de regreso a Roma tras su visita apostólica a Corea del Sur, el pontífice argentino admitió tener algunas neurosis –”soy muy apegado al hábitat”-, pero dijo que, tras leer el libro del psiquiatra estadounidense Louis E. Bisch, Alégrate de ser neurótico, decidió “cuidarlas”.
“Yo también tengo algunas neurosis, hay que tratarlas bien, darles mate todos los días“, bromeó el Papa, cuando los periodistas le preguntaron por qué no se tomaba vacaciones.
Si usted es una persona de imaginación febril, si de niño le costó aceptar las enseñanzas adultas sin cuestionarlas, si es tan exigente consigo mismo que se priva de actuar convencido de que fracasará, si tiene altos estándares éticos, si no desea ser como los demás… no debe preocuparse.Lea el libro que citó el Papa y se sentirá muy adulado.
Es que el doctor Bisch es responsable de un importante giro analítico en los años 50, el de considerar que el neurótico es en el fondo un genio en potencia. Es el “normal” el que debe preocuparse.
“Si yo no fuera neurótico no poseería, por ejemplo, la ambición y la energía para dedicarme a escribir. La medicina sería suficiente para mí”.
“Sostengo que los neuróticos deberían alegrarse de serlo”, insiste. Y cita en apoyo a muchos del pensamiento y de la acción: Alejandro Magno, César y Napoleón, Miguel Ángel, Pascal, Pope, Edgar A. Poe, Walt Withman, Molière, Heine, Stevenson… “¿No debemos gran parte de las maravillas de la vida a la imaginación neurótica?”, pregunta.
“Los que somos neuróticos –dice Bisch- albergamos la inquietud en nuestro ser; pero esa inquietud sólo indica que nos encaminamos hacia otras cosas mejores, que todavía no realizamos el encuentro con nosotros mismos. Los neuróticos deben aprender a respetar su condición, a comprenderla. Tienen que eliminar la vergüenza y el temor. Lo único que necesitan es saber cuál es su mal. Porque el saber engendra poder, y el poder, valor. Lo demás es fácil”.
Bisch cita a Jung, quien dijo que “los neuróticos poseen las características del genio”. “Desde luego, aclara el autor, no todos los [neuróticos] se van a transformar algún día en seres como Edison, George Bernard Shaw (o) Yehudi Menuhin.”
En concreto, dice, hay dos clases de neuróticos. Los que triunfaron y los que no. Y de eso sólo dependerá la valoración de la sociedad, la exaltación o la condena: “Cuando un neurótico triunfa, le prenden medallas en el pecho, exaltan sus virtudes (y) hasta presentan sus rarezas como modelos (…). Cuando fracasa, todo el mundo lo rechaza y culpa a sus excentricidades de su caída”.
“Los neuróticos son categóricamente diferentes, afirma este psiquiatra. Se sienten frustrados e infelices”, pero es porque no se comprenden a sí mismos. “[Los que conocí] no tenían conciencia de la capacidad potencial que poseían”.
Pero en realidad, los que deberían preocuparse son los normales, con los que Bisch no es para nada complaciente. Dedica todo un capítulo –“Ser normal no es para jactarse”– a bajar el ego de los no neuróticos.
Veamos este párrafo de cruel ironía: “Hagamos todo lo que debemos: seamos hijos modelos; saquemos diez en el colegio; casémonos para complacer a nuestra abuela; marquemos puntualmente la ficha del reloj; tengamos casa propia; ahorremos… (…) Si hacemos todo eso podremos estar seguros de que nuestros deudos irán a nuestro entierro. Pero nadie más. ¿Por qué? ¡Porque no somos nadie! Nos echarán en la fosa junto con nuestras virtudes”, más un aviso fúnebre en el diario local y un sermón leído.
“No olvidemos que son las diferencias individuales las que hacen que las personalidades, famosas o infames, se destaquen en el rebaño común”, afirma.
Bisch cita al escritor Joseph Hergeisheimer, que es incluso más duro que él:
“LOS NORMALES CARECEN CASI INVARIABLEMENTE DE ENTENDIMIENTO O DE IMAGINACIÓN”
Y agrega: “Son en su mayoría sumamente estúpidos. Suelen ser muy estimados y a menudo ocupan puestos de mando, y se enriquecen, pero jamás han escrito un solo pensamiento elevado”.
“Sí, los normales son categóricamente pedestres”, concluye Bisch. Pero luego matiza: “No estoy tratando de probar, ni siquiera de sugerir, que sólo los neuróticos tienen características loables, ni que los normales son totalmente malos. (…) Lo que yo quiero destacar es esa diferencia que presentan los neuróticos (a quienes) la educación y las enseñanzas de la infancia tenían por objetivo adaptarlos a la realidad, hacerlos ensamblar en la vida, convertirlos en seres normales”.
Si el empeño prospera, si logra quebrantar la individualidad y ahogar las aptitudes innatas, ésa será la fuente del sufrimiento del neurótico. La neurosis surge entonces por lo general en la infancia, cuando esa personalidad especialmente sensible e inteligente, diferente, choca con el formateo social.
No es locura
“Por grave que sea –aclara Bisch- la neurosis no es locura”, para alivio del lector que se reconozca en sus descripciones.
A diferencia del psicótico, el neurótico quiere mantener el lazo con el mundo, se esfuerza para ello. En lugar de sentirse suficiente con su diferencia, se preocupa por ella. “Si la admitiera sin preocuparse, descubriría las ventajas de la neurosis y se alegraría”.
Los genios conocen la diferencia, pero no se preocupan por ella: “La hacen trabajar para ellos; la transforman en beneficios. Se pueden reír del mundo (…). Si los neuróticos pudieran hacer lo mismo, los libros como éste no serían necesarios”, explica Bisch. Por eso el neurótico puede ser un genio en potencia.
En un capítulo dedicado a la “autoconciencia”, explica que el neurótico actúa “impelido por un sentimiento de superioridad reprimida”.
Cita casos de “grandes” que tenían gran timidez por defectos físicos y de otro tipo -timidez extrema, por ejemplo-, como Miguel Ángel, Lawrence de Arabia, o el ya citado George Bernard Shaw. “El ego del autoconsciente sufre generalmente porque no puede manifestarse”.
En el neurótico el sentimiento de culpa puede ser intenso. Esa culpa se manifiesta en el sentimiento, autocreado, “de que la gente dejaría de aceptarlos cuando supiera lo que son”. “Este miedo de no ser aceptados o aprobados, de cometer errores sociales o de revelar de algún modo su verdadera personalidad, constituye la columna vertebral de todos los autoconscientes”.
Por eso aconseja: “No se castiguen; sean como son; dejen que la gente sepa lo que realmente son. (…) ¿No es verdad que son fundamentalmente veraces, escrupulosos, honestos y fidedignos? ¿No están de acuerdo en que tienen una inteligencia rendidora? (…) ¿No han estado sintiendo incesantemente que hay algo en lo más hondo de su ser que pugna por salir y manifestarse, quizá en la forma de un drama, un cuento o una novela?”
Síntomas y compulsiones
Entre los síntomas de neurosis, Bisch enumera: pérdida de memoria, impulso suicida, preocupación excesiva, sensación de irrealidad (mecanismo de fuga), depresión (no melancólica), manía de dudar (incapacidad de tomar una decisión y mantenerla), ansiedad o sensación de peligro inminente, culpa, inferioridad, obsesiones y compulsiones, y temores como el miedo a la muerte, a envejecer, a la oscuridad, a la pobreza, claustrofobia, agorafobia, y otras fobias.
Las compulsiones, asegura, son pedidos de auxilio. Volver a casa para comprobar que la llave está puesta, el gas cerrado o la colilla del cigarrillo bien apagada, no pisar las grietas del pavimento o sumar los números de las chapas de los autos, son algunas de las manías que cita a modo de ejemplo. “Suelen formarse series enteras de actos obsesivos y el que las sufre no se queda tranquilo si no cumple íntegramente todo el ritual”, explica.
Estas compulsiones pueden ser torturantes de tan intensas, pero en ese caso, dice Bisch, ya se está hablando de una persona “que no es sencillamente neurótica, sino que padece de una auténtica neurosis, de una neurosis de compulsión“.
La curación consistirá en “extraer del inconsciente los complejos o defectos de adaptación que son los causantes de que se produzcan”.
Como los neuróticos suelen tener problemas para dormir, Bisch recomienda no caer en pánico por no poder conciliar el sueño. “No se esfuercen por no pensar. Sigan pensando hasta que descubran en qué quiere su inconsciente que piensen”.
La conversión de San Ignacio de Loyola
Seguramente habrá llamado también la atención de Jorge Bergoglio la referencia que Bisch hace al fundador de la Compañía de Jesús, la orden a la cual ingresó el hoy papa Franciscocuando decidió entregar su vida a Dios.
“El largo brazo de los acontecimientos nos elije para cambiar el curso” de nuestras vidas, dice Bisch, en referencia al papel del azar y a ciertos accidentes que pueden limitarnos físicamente y, por eso mismo, potenciar otros dones. “la categórica relación que existe entre la incapacidad crónica y el genio es sumamente interesante, dice Bisch. “La lista de genios que gozaron de poca salud es notablemente extensa”, señala y asegura que sólo hubo dos saludables: Leonardo Da Vinci y Goethe.
“LOS SANTOS SOLÍAN ATRIBUIR A LO INESPERADO SU DEDICACIÓN A DIOS”
Y cita el caso del vasco Ignacio de Loyola, a quien una bala de cañón destrozó la pierna dejándolo postrado largo tiempo y rengo de por vida. “San Francisco de Asís fue un disipado hasta que cayó enfermo”, ejemplifica también.
César y Alejandro sufrían de los nervios; del primero se dice que era epiléptico. Y Darwin dijo una vez: ‘Si no hubiese sido un inválido, no habría hecho tanto trabajo como el que realicé”.
“El sufrimiento resulta a veces un maestro maravilloso“, concluye el doctor Bisch. Hace “meditar profundamente” y ver la “realidad de frente quizá por primera vez”. “Nos da, en la exploración del alma, nuestro primer conocimiento verdadero de la esencia de la vida”.
Aconseja no olvidar que los más aptos son los que sobreviven, y por lo tanto pelear. “Peleen, entonces; si es necesario, busquen la pelea”.
Recomienda entonces, además del psicoanálisis, lo que llama la “sobrecompensación”, que se logra luchando contra los impedimentos que uno cree tener para hacer algo y descubriendo que, finalmente, podemos hacerlo incluso mejor de lo que creíamos.
Debemos considerar el impedimento como un pedido de auxilio, algo en nuestro interior que quiere expresarse. “Por eso alborota tanto (…) produce temores, desaliento y pánico. ¡Por eso son neuróticos ustedes! Una emoción devastadora se adhiere al impedimento para recordarles constantemente y efectivamente que deben hacer algo. Por eso también cuando se deciden a hacerlo, tienen grandes probabilidades de triunfar (..) por eso se distinguen en eso mismo que antes los espantaba. (…) Perseveren, no cedan, luchen con sus impedimentos, (…) domínenlos”, aconseja.
Y asegura: “La sobrecompensación hace fuertes a los débiles; eficaces a los ineficientes; superiores a los inferiores; audaces a los temerosos;…”
Las 5 consignas de Bisch
Finalmente, el psiquiatra resume sus consejos en cinco consignas
Analícense
No se sientan culpables
Impulsen al ego hacia adelante
Transformen los impedimentos en ventajas
Aprovechen sus neurosis
Y cierra el libro con la cita de un colega, Joseph V. Collins, cofundador del Instituto Neurológico: “Acepten que los llamen neuróticos porque de ese modo integran la espléndida y enternecedora familia que constituye la sal de la tierra. Todas las grandes cosas que conocemos las hemos recibido de los neuróticos”.
Como para levantar el ánimo de cualquier obsesivo.
En definitiva, un libro que, más allá del mayor o menor acierto de sus postulados, mueve a la reflexión profunda sobre el sentido que cada uno quiere dar a su vida, sobre el uso de los talentos que cada uno tiene; su expansión o su atrofia, según la actitud vital que se asuma.