viernes, noviembre 22, 2024
Espectáculos

La dramática historia detrás de la canción “Ciudad de pobres corazones”

 

Con un grito desesperado, Fito Páez llora a su abuela y su tía abuela después de que las asesinaran en su casa rosarina. Pasaron semanas de que la noticia conmocionara al músico de 23 años y la catarsis se hizo canción. “En esta puta ciudad, todo se incendia y se va. Matan a pobres corazones”, denunciaba el rosarino en Obras, el 12 de diciembre de 1986. Ese fue el momento en que “Ciudad de pobres corazones” sonó por primera vez ante un público enardecido. “Había pasado semanas tomando dos botellas de whisky”, contaba el cantante años atrás en una nota con Jorge Guinzburg donde hablaba del proceso creativo del tema.

A 32 años de aquel fatídico día, la canción sigue sonando igual de fuerte. Se trata de un tema lleno de rabia y de creatividad. La fuerza que tomó Fito en ese entonces lo hizo parir uno de los discos más emblemáticos, que llevó el nombre de ese tema. Se trata de un llanto disruptivo, de un agobio por la humanidad.

El crimen de sus abuelas

El 7 de noviembre de 1986, Fito estaba en Río de Janeiro junto a su banda presentando Giros, su segundo álbum. Habían hecho el primer show (de dos), en Circo Voador, con Charly García de invitado especial, con quien hicieron una versión de “Demoliendo hoteles”. Esa madrugada sonó el teléfono en la habitación de hotel que compartía con Fabiana Cantilo, su pareja en ese entonces, y sobrevino el silencio y el horror. Habían asesinado a sangre fría a Josefa Páez, de 80 años, y a Delia Zulema Ramírez de Páez, de 76, tía abuela y abuela respectivamente; también a Fermina Godoy, la empleada doméstica de la casa que estaba embarazada. Fue el marido de esta mujer quien, luego de tocar tímidamente la puerta y no recibir respuesta, entró a la escena del crimen, que daba cuenta de lo sorpresivo e inesperado que había sido todo: la radio estaba encendida, una de las alfombras doblada y la enceradora enchufada. Caminó por el zaguán hasta el interior de la vivienda y se encontró con Fermina muerta y ensangrentada con un trapo de limpieza en la mano, había recibido varias puñaladas, y con las abuelas de Fito, también sin vida. Josefa con marcas de cuchillo en su cuerpo y Delia, con una bala en la cabeza. A los pies de su tía, un bolso de compras. La casona se encontraba a una cuadra de la Jefatura de Policía.

Al oír la noticia, el rosarino, que había perdido a su madre a los ocho meses y había adoptado a las dos abuelas como madres sustitutas, se desarmó y destruyó todo lo que encontró a su paso. Su padre, un empleado jerárquico de la Municipalidad y melómano modesto, había muerto poco tiempo antes. Se había quedado solo. En esa casona rosarina había descubierto el piano de Margarita, su mamá, y había aprendido todo de música. “Cuando llegamos al hotel, ya tarde por la noche, me llamaron a la habitación y me contaron lo sucedido. Todo fue una película de terror. Voy a la habitación de Fito, él estaba absolutamente devastado”, contó el bajista Fabián Llonch en una nota sobre ese fatídico día. Lexotanil, alcohol y objetos rotos fueron la manera de transitar el dolor. “No puedo explicar cómo quedó el cuarto del hotel en Río. Lo destrocé. Dolor violento. Perdí tanto la conciencia que hoy no me acuerdo exactamente lo que sucedió. Era como un animal enjaulado en su propio dolor”, decía tiempo después el músico. “Creo que me la pasé todo el día llorando, tomando whisky y lexotanil”, agregaba.

 

Charly también acompañó a Páez esa noche e incluso cantó “Red Rain”, de Peter Gabriel y lo acarició hasta que se durmió, según cuentan en el libro Historias del rock argentino en los 80.

Poco se sabía sobre la identidad del asesino: no habían robado nada de valor, salvo algunas joyas. Los primeros sospechosos fueron el marido de Fermina y una pareja allegada a los Páez. Pero a las pocas horas fueron liberados.

Fito declaró apenas regresó de Brasil. Le preguntaron sobre las mujeres, sus relaciones y rutina. Los medios lo esperaban en la puerta y él ya empezaba a demostrar su estado anímico. “Ojo, loco, al primer zarpe me voy”, le dijo a uno de los camarógrafos. “Vine a contar cómo vivían esas maravillosas mujeres en su casa porque puede servir a la investigación. No puedo creer esta cosa loca que ha ocurrido. No la entiendo”, decía. Cerca, su abogado y su representante lo contenían. “Mi abuela y mi tía eran las personas que más quise”.

 

Al no encontrar pistas ni señales de que se tratara de un robo, la policía rosarina fue desarrollando nuevas teorías. Una de ellas lo tenía al músico como sospechoso, ya que “habían encontrado marihuana en uno de los cajones”. Algo que Fito, que tardó unos días en llegar a su ciudad natal acompañado de varios de los músicos de su banda, negó. “Se dijo que era una venganza contra mí, que yo estaba metido en el tráfico de drogas. Mi tío y mi primo vieron a unos de los canas meter un cacho de marihuana en un cajón donde yo tenía guardadas cosas mías, letras, papeles”, explicaba al respecto. “No quiero empezar a pensar quién puso la yerba en ese viejo cajón”, señala en “Ciudad de pobres corazones” y sigue: “¿Qué es lo que quieren de mí?, ¿Qué es lo que quieres saber? No me verás arrodillado”. El vocalista tenía ira y esa ira era incontenible. Todas esas sensaciones y ese asedio de no poder velar a Bella y Pepa, así les decía, fue material tóxico para el pianista. Y como lo que no te destruye te hace más fuerte, utilizaría toda esta información para crear como un descargo uno de los discos más reconocidos de su carrera. La denuncia, el reflejo de una realidad inexplicable, la injusticia estarían presentes desde el primero al último acorde de Ciudad de pobres corazones, el álbum que editó meses después de esa trágica noche.

Los culpables

Un año después dieron con los culpables: los hermanos Walter y Carlos De Guisti. Dos “chicos del barrio” que habían aprovechado su conexión con el músico. Walter, el mayor de los dos había ido al colegio con Fito y, además, los hermanos ya habían estado en la casa: allí hicieron un trabajo de mantenimiento, por lo que las ancianas no tuvieron temor en abrirles la puerta cuando volvieron a presentarse en el lugar. Fue por Paola, una travesti que tenía joyas que habían pertenecido a la abuela de Páez, que los efectivos ataron cabos. Ella era amante del mayor de los hermanos y Walter, quien en su casa tenía un grabador que Fito le había regalado a su abuela, confesó. No solo habían matado a las mujeres del caserón de la calle Balcarce 681, sino que había cometido otros femicidios un mes antes.

 

De Guisti, a poco de cometer los crímenes, había ingresado a la Policía. Al momento de su detención era un agente de la subseccional 15 de la localidad de Esther. El rosarino fue condenado a prisión perpetúa pero logró bajar su condena. Luego de que en los informes médicos confirmaran que había contraído VIH en la cárcel, logró seguir con la pena desde su domicilio. Pero, al poco tiempo, volvió a ingresar a la cárcel por violar la prisión domiciliaria. En 1998, 12 años después del crimen, Walter murió en el penal.

“No puedo calificarlos. Son locos, pero todos estamos locos. Yo tengo mis rollos y ellos los suyos. Los conocía desde hace muchos años, eran vecinos”, había dicho el músico cuando se conoció la identidad de los asesinos de sus madres postizas.

Los días después: cuando gestó “Ciudad de pobres corazones”

Los días que siguieron al asesinato fueron los más oscuros del cantante. Estaba perturbado y “paranoico”. “A partir de ahí, todo en la vida de Fito fue negro: sus vestimentas, sus canciones, su vida. Su casa de la calle Balcarce pasó de ser un lugar de alegría y reunión a un lugar macabro, encintado”, contó el bajista Fabián Llonch, sobre los días después del triple asesinato. Más allá de estar recluido en su casa, autodestruyéndose, si tenía que salir a la calle lo hacía con lentes grandes, de negro, con cuellos Mao. Este estado dark fue clave para entender las composiciones que llegaron más tarde. Tenía que terminar con La La La, el disco que estaba preparando con Spinetta y que iban a presentar en Obras casi un mes más tarde. Según reconoció tiempo después, El Flaco, que era su ídolo y lo había conocido por casualidad en la calle, y Fabi, su novia “chiflada”, fueron sus dos pilares de contención. En definitiva, la música -según coincidirían los músicos que lo acompañaron en el duelo- fue su salvación y el dolor fue su motor creativo.

Nota del 24 de julio de 1986 sobre La La La

 

Entre el 7 de noviembre y el 12 de diciembre, en algún momento de ese mes, Fito Páez escribió “Ciudad de pobres corazones”. Dicen que las primeras estrofas surgieron en la casa de Liliana Herrero, donde vivió un tiempo. “La imagen más fuerte que tengo de él es con la campera puesta, la cara desarticulada y con una palidez permanente, haciendo gestos de rechazo a la prensa”, describiría ella. Con un riff, una letra directa y una potencia animal, el rosarino exorcizó sus demonios. Lo puso en palabras: “Matan a pobres corazones”. También hizo un corte y le puso una distancia a Rosario (“en esta puta ciudad”), donde en lugar de ayudarlo a resolver el crimen lo inculpaban. Fabi estuvo con él, lo acompañó en el proceso y lo obligó a levantarse de la cama. Fue ella quien lo llevó al estudio de grabación, donde compuso el tema. “Fabi me sacó de la cama de los pelos, me llevó a la sala de ensayo y me dijo: «Loco, tenés que venir a tocar». Ahí empezó una serie de ensayos en los cuales Luisito [Spinetta] fue un gran amigo del alma, de esos que realmente te ayudan y te meten el hombro en momentos duros, bravos”, contaba en una nota con Jorge Guinzburg en Entrevista informal. “Después fue muy hermoso porque eso fue en noviembre del 86, y teníamos que hacer un concierto con Luis y 17 músicos en Obras y yo no quería ir a ensayar, no tenía ganas de nada. Me tomaba dos botellas de whisky por día, empastillado, como un loco. Y empezamos a ensayar, les pasé el tema, que hice en esas semanas de locura”. Cuando terminó la canción estaba solo en el estudio en Caballito. “Fue un tembladeral”. Por esos tiempos se encontró en la sala a Juan Carlos Baglietto y su amigo le preguntó cómo estaba. A lo que Fito le dio play a la consola, le presentó el estribillo del tema y le contestó: “así estoy”.

“Estaba muy mal y yo no sabía qué hacer con él: no sabía qué poner en la tele, no sabía si decirle ‘hola’, si hablarle, si no hablarle… Fito lloraba y no podía contenerlo. Estaba muy asustada y no entendía nada, creo que hice todo lo que pude”, revelaba Fabiana Cantilo al periodista Enrique Jorge Symns sobre esos tiempos.

 

Fito tuvo que cumplir con sus compromisos: dejó el lexotanil y el whisky por un rato y se subió al escenario en Obras para dar el esperado show de presentación de La La La junto a Luis Alberto Spinetta. Fue un concierto celebrado por la crítica, no solo por cada uno de los sets que mostraron los músicos, sino también porque el rosarino presentó una canción autobiográfica. Además de los 30 temas que estaban previstos hubo otros más. Promediando la última hora, Fito cantó “Ciudad de pobres corazones”. “Cuando tocamos por primera vez el tema en Obras, ¡lo que pasó abajo!. Lo recuerdo como una imagen dantesca, todo Obras Sanitarias rojo, todo el estadio parándose y empujando con el riff, como si intentaran darme ánimo también, ¿no?, con eso. Esas son las cosas maravillosas que te da este oficio increíble”, contaba en Entrevista informal.

Crítica de Víctor Hugo Ghitta del recital de Obras de Fito Páez y Luis Alberto Spinetta, 13 de diciembre de 1986.

 

Sobre la canción, Fito decía: “El centro del tema es neto (“En esta puta ciudad, todo se incendia y se va, matan a pobres corazones”). Ya está. Con esto está el cuento y el riff”.

Spinetta y Paéz en Obras, diciembre de 1986

 

“Promediaba la década del 80. Yo tenía 14 años y una pasión por la música que iba de Yupanqui a Cuchi Leguizamón, de Ellington a Miles Davis, de Pugliese a Piazzolla y, sobre todo, del rock progresivo inglés a Luis Alberto Spinetta, Charly García, Fito Páez, Los Abuelos de la Nada y Los Twist –recuerda Mauro Apicella–. Era diciembre del 86 y tenía el dinero juntado pacientemente para ir a la disquería a comprar LaLaLa, el álbum doble (en dos cassettes), de Spinetta y Páez. También tenía la entrada para ver la presentación del disco en el Estadio Obras. Si mi recuerdo no le miente a la realidad histórica creo que tocaron todos los temas del disco, cada uno a su turno. Lo que sí recuerdo con certeza es que en un momento Fito se corrió del libreto para estrenar “Ciudad de pobres corazones”, el tema que me conmovió. Sabía que habían matado a sus abuelas un mes atrás. En ese momento no relacioné la canción con la noticia pero me di cuenta de dos cosas: que alguien podía decir “puta” en una canción sin el peso de la autocensura que habíamos heredado de una dictadura militar que había terminado apenas tres años atrás; y también de la sorpresa que fue para mi ver cómo un músico transformaba un vómito de furia contenida en una poderosa canción. Fito encontró la manera de convertir la muerte, el dolor y el duelo en arte. El arte tiene eso: la capacidad para sorprender a un chico de 14 y para seguir sorprendiéndolo 30 años después”.

Después de esos shows, Fito voló a Tahití junto a su amigo Alejandro Avalis, y escupió todo el disco a modo de catarsis. Ciudad de pobres corazones se editó el 15 de junio de 1987 y es considerado el disco más visceral del artista, un reflejo de toda la rabia que le había causado el asesinato de Delia y Pepa. Hay densidad y oscuridad y ellas están desde el primer hasta el último acorde. También las máquinas de ritmo son protagonistas. El disco, que luego se convirtió en película bajo la dirección de Fernando Spiner, arranca con una pompa fúnebre (“Pompa bye bye”), en el medio se cuelan algunos temas más livianos como “Gente sin swing”, “Ámbar violeta” y “Dando vueltas en el aire”, pero la urgencia y el dolor nunca desparecen. De “De 1920” a “Ciudad de pobres corazones”, el álbum es desgarrador. Fue considerado el más profundo del músico hasta ese momento. Él quería sacarse de encima todo ese dolor, el bajón. Por eso, como dijo en ese entonces, fue un disco “urgente”.

 

“Suena el teléfono y la muerte me pregunta, «¿Tenés más?’. Le digo que no y se empieza a reír. ‘Todos tienen más’, me dice. En el primer tema, en “De 1920″ presento la tragedia. Estas mujeres han sido asesinadas; hay alguien a caballo que lleva veneno por todo el mundo; la muerte se muerde la cola, saca los dientes, ‘como una alimaña viene y se va. Eran dos muchachas de 1920, lejos del ruido, lejos del mar’. Termino diciendo que ‘alguien cortó el lazo, alguien hizo track-track’ y ‘no se pasa el tiempo, al menos para mí, ya tomé pastillas y sigo sin dormir'”, contaba Fito a Enrique Symns, sobre el disco.

Así Fito perdía la inocencia y de un modo personalísimo mostraba su propio infierno personal. “No quiero salir a fumar, no quiero salir a la calle con vos. Buen día lexotanil, buen día señora, buen día doctor”, seguía.

Con el pelo largo, anteojos negros y dandóle al bombo con los palillos de la batería en medio de un ataque de furia, denunciaba “Matan a pobres corazones”, en la película de Spiner. Las abuelas nunca iban a volver, él lo sabía. El mundo no era encantador. Se había quedado sin su mamá a los ocho meses y a los 23 había perdido a las dos personas que más quería. No se habían muerto de manera natural, las habían matado en su casa histórica. Las habían acuchillado. Ese golpe además de profundizar su escepticismo lo había marcado para siempre. Su obra y su expresión se volvieron oscuras y él empezó a parecerse más a un personaje de Tim Burton que al trovador rosarino de sus inicios.

31 años después, Fito Paéz tocó en su ciudad natal para presentar su último disco, La ciudad liberada. Eligió hacerlo en Plaza San Martín, de manera espontánea, y nuevamente, ante miles de rosarinos, volvió a preguntar: “¿quién puso la yerba en ese viejo cajón?”. (LN)

 

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