viernes, noviembre 22, 2024
Golazo HDInternacionales

La tarde en la que se escribió la página más oscura del fútbol brasileño

El cielo está gris, nublado como hace tiempo no se veía en esta ciudad. Hacía días que el sol no se escondía. Quizá era un presagio, aunque de serlo debería haberse desatado la tormenta más feroz. El Mundial en casa volvió a ser una pesadilla para Brasil . Las imágenes son las de un estadio atónito, parece un velorio, es una tragedia para un país que sabe lo que es vibrar al ritmo del fútbol. El silencio, los rostros llenos de dolor, los que empiezan a llorar, los que se van, los que aplauden a un rival que hoy brindó una lección, los que silban a un grupo de jugadores sin consuelo y que pide perdón, es un mar de sensaciones. Si hace 64 años, en 1950, Río de Janeiro sufrió el Maracanazo, sin dudas que en Belo Horizonte se produjo el Mineirazo, otro capítulo de la historia viva del fútbol.

Son golpes distintos, pero fuertes, muy fuertes. La gesta de la garra uruguaya de la mano de Obdulio Varela y Gighia del 16 de julio de 1950 hoy se da una vuelta por el Mineirao, donde la historia la escribe una verdadera aplanadora alemana, un concierto de fútbol, dirigido por Müller, Ozil, Khedira, Kross, Klose. Son los nombres que quedarán para siempre en los libros con la fecha del 8 de julio de 2014. Es un 7-1 de otros tiempos, una tremenda goleada con un fútbol total y letal, una verdadera clase en la casa del máximo campeón de la historia de los mundiales, representado por un equipo lleno de limitaciones que quedó desnudo.

Nunca en los mundiales a Brasil le habían marcado 7 goles. Sólo en 1934 Yugoslavia le había hecho ocho, pero nadie siete. Es la peor derrota, iguala a un 6-0 que le propinó Uruguay en 1920. No hay precedentes de semejante resultado. El partido se termina y algunos no saben si reír o llorar. Nadie, ni el más pesimista, estaba preparado para lo que ocurrió en el Mineirao. La pantalla gigante del estadio muestra a un hombre mayor que se abraza a una Copa del Mundo de plástico, se le escapan las lágrimas, no la quiere soltar. Pero se la quitaron con un tremendo golpe de nocaut.

Alemania trituró a Brasil. Fue una máquina que jamás se amedrentó en una cancha que era una caldera, que sentía que desde la emoción y la adversidad se podía llegar a la final, que siguió al pie de la letra el mensaje del DT, Scolari, quien a partir de la lesión y pérdida de Neymar por el resto de la competencia esperaba una reacción desde el corazón de fanáticos y futbolistas. Pero el entusiasmo duró un suspiro. En 29 minutos los europeos marcaron 5 goles, y la chapa final fue 7-1. Los estruendosos silbidos que los alemanes recibían cuando tocaban la pelota el inicio se invirtieron en el final del primer tiempo con una fuerte silbatina para un equipo que se terminaba arrastrando en la cancha y que terminó dejando el campo de juego, tras la goleada en contra, pidiendo perdón con los gestos de David Luiz, quien hoy asumió por primera vez la capitanía.

Ya con el 3-0 parcial, los guardias de seguridad del Mineirao comenzaron a movilizarse. Con el 5-0 corrían por todos los sectores del estadio. Hubo gente que se fue de la cancha. Un silencio profundo invadió al estadio. Apenas retumbaba el grito de los alemanes en una de las cabeceras. No había ni fuerzas para insultar, apenas para lanzar al aire algún vaso de cerveza. Los rostros están atónitos, boquiabiertos, las manos sobre la frente. Es pasar de la alegría y la esperanza total a la peor pesadilla.

Alemania tardó apenas 5 minutos en acomodarse a lo que era una verdadera caldera a favor de Brasil, un equipo con tanto entusiasmo como limitaciones, que empezaron a quedar en evidencia cuando Müller abrió el marcador, tras rematar de primera solo luego de un córner. Primera falla amateur de las muchas que se sucederían unos minutos después y durante toda la tarde.

Se juega el segundo tiempo, el partido va 5-0. Klose deja la cancha. Hace casi una hora se había convertido en el máximo goleador de la historia de los mundiales, con 16 tantos, desplazando nada menos que a Ronaldo en su propia casa. Los hinchas brasileños lo aplauden al mismo tiempo que silban a Fred, el primer señalado en el desastre, el que cada que toca la pelota recibe un rechazo.

Van 33 minutos del segundo cuando Schürrle convierte el 7-0. El público se pone de pie y aplaude sin cesar a los alemanes, una imagen impensada. Oscar hace el descuento y se grita como si todavía quedaran posibilidades. Son las 18.48, el partido se termina, la historia acaba de escribirse. De un lado, los jugadores brasileños se reúnen en un círculo y son silbados; en el otro arco, los alemanes van a agradecerle a su público, que ocupó una de las cabeceras y vibró como nunca. Julio César y David Luiz son los últimos en dejar la cancha y piden perdón. Final del sueño, la bienvenida a la pesadilla.

 

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